Geisha

He ido posponiendo este artículo, quizás debido a su complejidad temática, pero sobre todo debido a la conmoción que me causó el visionado de uno de los mejores films que he visto últimamente.

Hace tiempo oí a alguien decir que se reconoce cuando una obra es genial en el momento que resulta imposible describirla con brevedad. Estaba hablando del Guernica de Picasso.

Pues bien, creo que lo mismo puede decirse de la película Itsuwareru seisô de Kōzaburō Yoshimura (director) y Kaneto Shindô (guión).

Con el título The Disguise, la obra era presentada en la Filmoteca nacional (transcribo) como  “Una de las obras maestras de Yoshimura, cuenta la experiencia femenina en el Kyoto de la posguerra y dramatiza el conflicto entre el viejo y el nuevo mundo a través de las experiencias de dos hermanas, una geisha en el distrito de Gion, y otra empleada por el consejo de turismo.” “Elogiado por su creación exacta y realista de la muy especial atmósfera de Gion , hizo de Yoshimura un rival de Mizoguchi y estableció su posición como un especialista en películas sobre mujeres”.

Pertrechado con semejante información me dispuse a ver este film de 1951 picado por la curiosidad documentalista. Estrenada en Enero de aquel año, y a cinco del shock traumático de la II Guerra Mundial, me interesaba ver cómo se percibía a sí misma la sociedad japonesa en ese tiempo. Un tiempo de derrota y supervivencia, un tiempo de ocupación militar.

Sin embargo, aunque la conexión con el neorrealismo es clara, no existe en la película ningún conflicto con lo ‘extranjero’ y los problemas de supervivencia son abordados con la naturalidad de lo cotidiano sin la sobreactuación melodramática italiana. Hay, sí, una impresionante historia, realística y naturalmente narrada, y unas calles maravillosamente vacías de coches con sólo bicicletas y algún tranvía circulando.

Y en un momento de la historia, mientras dos personajes charlan en la calle, en la parte superior de la pantalla, aparecen de espaldas tres ¿peregrinos? con sus enormes sombreros como los de la fotografía que en fila india desfilan de izquierda a derecha hasta desaparecer del plano.

Para entonces, yo ya estaba absolutamente impactado, trastocado, bouleversé. Pues estaba descubriendo un mundo, el de las Geishas, absolutamente aceptado y valorado por la sociedad japonesa, que convivía y se mantenía unida, imbricada, con la otra moral, la tradicional, la del matrimonio virgen y del respeto absoluto a los padres, la cual, ésta sí, entraba en colisión con el mundo nuevo por venir del Japón liberal posterior.

Para entonces, yo ya había visto que entre las dos hermanas no había el menor conflicto. Que las geishas podían establecer unos fuertes vínculos de amistad con sus clientes. Que la madre de las hermanas era una antigua geisha, aún joven y guapa, que prestaba una fuerte cantidad de dinero al hijo huérfano de su antiguo amante al que había prometido cuidar tras su muerte. Que tenía en su casa dos pupilas, su propia hija y una campesina. Que visitaba con afecto a la mujer enferma de su antiguo amante.

Había rememorado fascinado un tiempo en el que los teléfonos de las casas (tanto allí como aquí) estaban situados en una pared, con el listín telefónico colgado justamente debajo.

Había visto como la profesión de Geisha estaba absolutamente bien valorada, hasta el punto que dos mujeres anónimas fuera del barrio dicen cuando ven a la hermana que trabaja en la oficina de turismo dirigiéndose al trabajo en su bici, “¡Qué guapa es; qué desperdicio; debería ser geisha!”

Había visto que sí, que la profesión implica intercambio de dinero. Pero que la gracia, elegancia y nunca mejor dicho, arte, con el que la hermana Geisha cuenta ese dinero en diferentes ocasiones no tiene equivalencia alguna con lo que en occidente y en el mismo Japón sería la prostitución. [Geisha significa ‘persona de arte’, ‘artista’, ‘performing artist’]. Y que también implica sexo; absolutamente explícito.

En el film no hay menciones a la guerra –terrible guerra que acababa de terminar, que cinco años no son nada- salvo en una ocasión para comentar que Kyoto fue la única ciudad japonesa no bombardeada por los americanos. Y una breve alusión a Hiroshima como la ciudad a la que un personaje secundario dice ir para dar una conferencia.

El personaje de Kimicho, la geisha hija, fantásticamente interpretado por la incomensurable, grandiosa y extraordinaria actriz de cine y teatro Machiko Kyō (Rashomon, La casa de té de la luna de agosto, entre otros films), es la héroe, heroína, de la historia. [Por cierto, Machiko Kyō no tiene página en IMDB, lo cual da una idea cabal de cómo son los americanos USA, antropocéntricos, ombliguistas, e ignorantes].

Kimicho, gracias a sus habilidades personales como geisha, es la que salva a la familia de un posible desahucio, la que ‘roba’ el amante a la madre (otra antigua geisha) del novio de su hermana, madre que se opone al matrimonio, y la que en fin anima a ésta a escapar con su novio a Tokio (sin casarse y sin la bendición de la madre del novio).

A cambio, en cierta manera, en el transcurso del Festival anual de las Geishas (único momento en el aparece maquillada como Maiko, es decir con la faz blanca y peluca) recibe una puñalada de un antiguo amante despechado y al cual le sacó el dinero para el pago de la hipoteca.

Realista, calculadora, pero también llena de humanidad y amor por el placer, la vida y por los suyos, Kimicho es la Geisha por excelencia.

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Es probable que, con lo descrito más arriba, no haya sido capaz de transmitir la densidad de la experiencia vivida.

Mis conocimientos previos de la sociedad japonesa también estaban envueltos en ella. Poco días antes había visto un documental en el que las jóvenes escolares en 1945 hacían ejercicios de combate ¡con lanzas! en el patio de su colegio. Sabía de la decidida voluntad de resistir del gobierno nipón para obligar a los Estados Unidos a una paz ventajosa. Conocía que la ofensiva kamikaze en Okinawa había tenido un rotundo éxito ocasionando unas pérdidas relativas (más de 200 buques tocados o hundidos) que el Alto Mando Naval norteamericano consideraba inasumibles para el futuro. Que precisamente el éxito japonés y su decidida voluntad de resistencia es lo que había llevado a la decisión de tirar las bombas (atómicas). Y, en fin, que en el momento de realizarse el film, Japón estaba ocupado militarmente.

Quería ver en qué afectaba todo eso a la historia que me disponía a ver en la sala del cine. Y así, cuando al inicio de la película aparecía alguna actriz joven, me preguntaba ¿estaría esta chica hace cinco años sosteniendo una lanza y realizando ejercicios de combate cuerpo a cuerpo?

Sin embargo, poco o nada de ello dejaba traslucirse en el film. Si acaso todo lo contrario. A medida que avanzaba éste se me iba mostrando un mundo intemporal, lleno de fascinante quietud, y en que los conflictos morales presentes, poco a poco, en los personajes principales, se decantaban por la búsqueda de los valores occidentales de libertad y felicidad.

Y es justa y paradójicamente la geisha Kimicho la abanderada de esa modernidad.

 

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