El asunto de las llaves

El tiempo y la ética

  …. naves ardiendo más allá de Orión.

 

El siguiente texto tiene un carácter privado. No obstante, más adelante pretendo hacerlo público pues creo que los acontecimientos lo merecen así como, y sobre todo, las conclusiones que de ellos se derivan.

 Sucedió algo menos de tres meses, en la semana a caballo entre Mayo y Junio, exactamente el miércoles 30 de Mayo del 2007.

Era la penúltima hora de mi jornada lectiva en el Instituto donde trabajo y estaba de guardia. Tras los primeros veinte minutos llenos de actividad metiendo niños en las clases, averiguando quién faltaba y quién no, acabé en el patio del Centro, en el área de las pistas de deportes, cuidando de un pequeño grupo de alumnos. Como estaban muy tranquilos –ni siquieran corrían- y yo tenía ganas de fumarme un cigarrillo, hacia las 13.30 les dije que iba a ir a mi Seminario desde el cual podía además verles (ya que la ventana da al patio como así les dije).

 Subí al Departamento y entré. Como la ley actual impide fumar completamente en los centros de trabajo y el fundamentalismo legislador ni siquiera ha permitido la existencia de una sala habilitada al efecto, como además siempre hay el/la/los tiquismiki(s) que te persiguen, te acusan y en definitiva te hacen la vida imposible, tenía escondido –bajo llave- un cenicero el cual usaba de vez en cuando. De hecho, no lo usaba casi nunca puesto que casi nunca coincidía el tener una hora disponible justo antes de terminar el día, cuando yo ya estaba seguro que nadie más iba a entrar en la habitación (pensando en los restos de humo, digo). En fin, unas condiciones de trabajo producto del fundamentalismo (el seminario es compartido con los de religión).

 Me fumé el cigarrillo, medio en verdad, eliminé los rastros, y guardé el cenicero bajo llave. Entonces ocurrió algo verdaderamente sorprendente. Me disponía a salir cuando de pronto tuve el sobresalto (no creo que haya otra palabra para describirlo) de sentir que la llave del armarito se había quedado en la cerradura. No el llavero entero, no, sólo la llave. Naturalmente era absurdo. La cerradura estaba limpia y el armarito cerrado. No obstante como el sobresalto había sido tan inesperado y fuerte, metí la mano en el bolsillo y saqué el llavero en el que estaban las llaves que yo usaba en el Instituto comprobando que ahí estaba la llave pequeña del armarito como no podía ser de otra manera.

 No le dí más importancia, y salí a terminar la guardia.

 Mi siguiente y última hora de clase era una en la que yo me encontraba muy a gusto. Era Psicología, una optativa con muy pocos alumnos con los que además me llevaba (en general) bien, muy bien. Teníamos para nosotros un aula de muy pequeñas dimensiones, con televisor incluido, que estaba justo al lado del Departamento y que permitía ese aire de familiaridad imposible en aulas mastodónticas (o simplemente grandes).

 Al subir a la primera planta, un alumno de los de Psicología me estaba esperando para hacer un examen que tenía pendiente. Entramos en el aula de informática –ya que el examen era de tipo test- y pedí permiso al profesor para ocupar un puesto de trabajo. Prácticamente no había alumnos, así que tampoco había problema alguno. Nos sentamos y abrí el cajetín para poner en marcha el ordenador usando mi propia llave. Una vez cerrado el cajetín, y cuando ya el monitor estaba empezando a cargar, volví a sentir esa sensación que había vivido unos minutos antes. Sentí que me había dejado la llave puesta en el cajetín donde se guardaba el ordenador . Miré, y como no podía ser de otra manera en la cerradura no había nada. Me palpé el bolsillo, y allí estaba el manojo de llaves. Por un momento estuve a punto de volver a sacar el llavero del bolsillo, pero literalmente me dio vergüenza, no sólo porque era irracional, sino sobre todo porque no fuera a verme alguien, ver que un profesor sacaba sus llaves para contemplarlas, ¡que absurdo!. Aunque esto era improbable –que alguien se fijara, ni incluso el propio alumno que tenía a mi lado enfrascado en su monitor- me abstuve probablemente más por lo primero, por lo irracional que resultaba. Las llaves estaban en mi bolsillo como muy bien podía palparlas con mi mano.

 Como la carga era lenta, decidí acercarme al aula de Psicología para abrirles la puerta. No quería que mis alumnos estuvieran en el pasillo. Al salir del aula de informática, y sacar el llavero para seleccionar la llave correspondiente (de un total de seis), mirando el manojo completo me dije “tu ves como está aquí”.

 En el pasillo, a muy poca distancia del aula de informática, estaban sólo cuatro alumnas (luego supe que las demás estaban haciendo un examen). Una de ellas se acercó a mí, y para no perder el tiempo le indiqué cual era del manojo la llave del aula y volví a informática para comprobar que el chico entraba correctamente en el examen. Tras terminar regresé a Psicología.

 El resto de la hora (la última del día además) fue muy anómalo, con las alumnas llegando a cuenta gotas. Como no era posible realizar la actividad que tenía prevista para aquel día, decidí que, mientra llegaba el resto, podíamos visionar un vídeo. Cogí el llavero que estaba encima de mi mesa, la mesa del profesor, y fui al Departamento –que está en la puerta de al lado-, abrí la puerta de una manera mecánica y cogí varios vídeos los cuales nunca estaban bajo llave (los alumnos no sienten tentación por los vídeos de naturaleza científica). Al final, no hizo falta puesto que empleamos parte de nuestro tiempo en hablar de cosas de la asignatura.

 Finalmente, faltando un poco menos de un cuarto de hora, y visto que ya no íbamos a hacer nada más, decidí acercarme a dejar los vídeos y así no perder el tiempo cuando sonara el timbre y poder salir a escape. Una vez en mi Departamento, pensé en que bien podía fumarme el medio cigarrillo que me faltaba, así que fui a abrir el armarito para sacar el cenicero. Al sacar el llavero y seleccionar la llavecita correspondiente me doy cuenta que no está. Estupor, sorpresa, pánico. ¿Qué he hecho yo para perder la llave?, durante unos brevísimos instantes intenté darme una respuesta. Vuelvo a mirar la cerradura, vuelvo a mirar el llavero, incrédulo ante lo que estaba pasando, y es entonces cuando me doy cuenta que también falta la llave del armarito de informática, faltan las dos pequeñas que estaban juntas en una anilla dentro de la anilla grande. Me han robado las llaves, y ha sido una de las alumnas. Vuelvo al aula y les digo que ellas me han robado las llaves. Silencio, respuestas incompletas. Yo estoy tan en estado de chock que no insisto. Suena el timbre.

 Para abreviar el relato diré que unos quince días más tarde la autora del robo lo confesó.

 Entre medias yo lo pasé francamente mal. Todo el buen clima que había en esa clase se había al garete. Todo el buen rollo, por expresarlo de una manera coloquial, se había ido al traste. El mal se había hecho presente.

 Lo me indignaba aún más no era tanto el robo de las llaves como la negación absoluta de haberlo realizado a pesar de que todas las evidencias racionales así lo indicaban (por supuesto yo no conté a nadie lo que de privado he relatado aquí, bastaba con la mera sucesión de acontecimientos que ya eran bastante explícitos por sí mismos).

 Y lo que ya me sacaba de mis casillas (en público me autocontenía a pesar de todo) era el recochineo. ¿No se te abrán perdido?, y ¿no se te han podido caer?, ¿y no estarían en otro llavero?. En fin tonterías (ellas podían ver que el llavero era de anilla sólida y resistente) que muy probablemente eran expresadas con maldad y con conocimiento de causa de los hechos.

 Pues, además de haber una sospechosa, según los hechos que había podido averiguar,  la cual en efecto resultó ser la culpable confesa, también estaba convencido que todas las demás sabían quién había sido, y que en las intervenciones mencionadas arriba -y otras de ese mismo estilo-, además de expresar una total irracionalidad  (¿para qué servía mi labor como profesor?) había una deliberada maldad en ellas.

 El problema además se agrababa pues tenía que ver a esas alumnas durante los quince días que faltaban por terminar. No era situación de la cual podía sustraerme. Enfrente de mí, tenía no sólo a unas irracionales mentirosas y encubridoras sino que además eran unas personas con una tremenda capacidad para la maldad, típicamente humana por cierto.

 Así que en un momento determinado decidí fantasear. ¿Qué me podría hacer bien?: que no existiera ese mal, que pudiera eliminar ese mal. ¿Cómo?: haciéndolo desaparecer, haciendo desaparecer a la(s) persona(s) que lo causaba(n)…. Pero no de cualquier manera. Tendría que ser de forma que devolviese tanto mal como el que se me había infligido.

En otro lugar ya he mencionado que el problema del mal es la apreciación subjetiva del mismo, y que esa apreciación lleva sin la menor duda a cometer excesos en su devolución.

Yo sabía que el asunto era sólo una “maldad adolescente” y con esas mismas palabras lo había verbalizado calificándolo. Pero una cosa es la razón y otra los sentimientos.

La irritación que me producía todo el asunto (el recochineo, la pérdida de la confianza, el mal rollo generado en definitiva) era de tal naturaleza que decidí fantasear de una manera catártica para liberarme de ese mal. Tenía que ser algo que no me produjera la más minima estimulación positiva. Algo me hiciera sentir un completo asco de la persona, o personas, sobre la cual fantaseaba.

 No voy contar aquí el relato de mi fantasía. De hecho, cuando empecé, hubo un momento en que –sin duda influenciado por una educación judeocristiana, ya se sabe, “no pensarás mal, etc.- dudé en seguir, pero como también sabía que únicamente era un ejercicio mental (que además todo el mundo ha hecho alguna vez) proseguí.

 Sólo diré que cuando terminé de elaborar –brevemente- la fantasía (totalmente cruel y horrorosa), me di cuenta que si realmente hubiera tenido el poder de llevarla acabo, si hubiera sido un sátrapa oriental, en el estado de ira que me encontraba seguramente lo habría hecho. De facto, la historia humana está llena de ese tipo de desatinos (por llamarlos de alguna manera), de odios materializados. Me vino a la mente el caso de un rey medieval castellano, quien mandó ajusticiar a la madre de un enemigo y en el cadalso, cuando ella estaba sujeta a un poste, él mismo introdujo su cuchillo en su cuerpo mientras retorciéndolo la llenaba de insultos. ¿Qué ofensas tendría guardadas respecto de esa mujer?.

 Naturalmente se podrían poner más ejemplos, pero es éste es el que me vino a la cabeza tras la tremenda catarsis (mi fantasía era infinitamente más cruel y prolongadamente dolorosa).

 La conclusión inmediata que extraí fue en realidad una reafirmación de una actitud sobradamente compartida en nuestros tiempos y que tiene su origen próximo en Locke, es decir lo excelente que resulta para nuestras sociedades humanas el evitar que la gente tenga el poder de hacer estas cosas. El problema es que insistentemente volvemos una y otra vez a ello –Camboya, Pol Pot, Bosnia, Ruanda, hutus, etc.-, y lo hacemos porque la pasiones, la ira, la rabia, la cólera, la saña, el rencor, la furia en definitiva, son parte de nosotros mismos en tanto que humanos.

 Pero sobre este tema debo hablar en otro lugar. Ahora me interesa lo que aprendí de todo esto, lo cual lo he contado poder contextualizar lo que sigue.

 Una vez terminado todo, una vez la alumna culpable reconoció la sustracción (con lagunas y más tontería adolescente, pero en fin), una vez terminado el curso y lejos ya de la presencia de los monstruitos, a pesar de todo no dejaba de reprocharme el no haber sido capaz de interpretar correctamente los dos momentos descritos al principio, los momentos de sobresalto en relación a cada una de las llaves. No, no había sido capaz de hacerlo. Me consolaba un poco (ya se sabe “mal de muchos …”) recordar la historia de aquel samurai practicante zen que cuando iba caminando con su joven criado aprendiz detrás de él tuvo el presentimiento de un peligro muy intenso. Luego supo por el propio muchacho, que además era el le llevaba su espada, que éste había pensado en un momento lo fácil que sería atacar a su maestro desde la posición en que se encontraba. Ignoro si esta anécdota es cierta, pero a mí me consolaba.

 Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que había experimentado podía ser parcialmente entendido.

 Bien, y aquí, antes de seguir, un par de observaciones.

La primera es que me está costando mucho trabajo, mucho esfuerzo escribir este texto. Llevo en ello varios días, y realmente debo esforzarme en ponerme ante el ordenador quizás porque estoy convencido –en parte al menos- que no va  a servir para nada, que no va a ser de utilidad a nadie.

La segunda, tiene que ver con esto y con la parte del análisis que viene ahora.

Personalmente me molesta, y mucho, el pensamiento mágico. Creo que las cosas –las que fueren- tienen siempre una explicación …. Que a veces tardamos en encontrar. Por tanto, ni deseo ni quiero que las intuiciones, por así decirlo relatadas, al inicio sean interpretadas en el marco de ninguna “paraciencia”. De momento son hechos, y como tales hay que tomarlos.

Para explicarlo, para explicar esa actitud científica, se me ocurre hacerlo a través del fenómeno del “arco iris”. En la Biblia se da una explicación por la cual Dios despliega el “arco iris”simbolizando una concordia ante Noé. Es una explicación, que en sí misma no tiene el valor de ser empírico-racional. Es una explicación propia del pensamiento mágico.

Tuvieron que pasar siglos, muchos siglos, hasta que Newton descompuso la luz y mostró fehacientemente que era un fenómeno producido al descomponerse el espectro en determinadas condiciones de luminosidad y humedad [por cierto, ¡qué término usaron!, espectro]. Entre medias, los científicos medievales seguramente sabían que era un fenómeno meterológico pero no el cómo funcionaba. Y, mientras tanto, para el común de las gentes, el arco iris seguía teniendo un halo de misterio y de magia, hoy en día casi olvidado.

 El problema con las, por así decirlo, intuiciones mencionadas al principio, es que son percepciones de un sujeto, que pueden ser creídas o no. Lo cual me recuerda a Belarmino negándose a mirar por el telescopio de Galileo. Pero lo cierto es que son experiencias fáciles de comprender –en tanto que experiencias-, bien de una manera racional, bien experiencialmente por haber vivido en carne propia algo remotamente semejante. Es como el dolor de muelas de Wittgenstein. Yo no sé si realmente le duele una muela al otro o simplemente está fingiendo, pero sí puedo comprender el fenómeno porque en algún momento yo mismo he sentido incomodidad en alguna de ellas.

 La solución más fácil ante este tipo de acontecimientos es atribuírlos a la casualidad, una manera rápida de despejar turbulencias.

En este caso es simplemente imposible. No hay margen de probabilidad estadística (para la casualidad digo).

Tampoco puede ser producto de lo que suele denominarse”profecía autocumplida”, o lo que yo prefiero llamar “autoprogramación”, ya que en los hechos relativos a la substracción yo no intervengo para nada. De hecho, la persona que robó las llaves no fue la persona a la que yo se las había dado. La persona que las robó, para poderlo hacer simplemente se apoderó de ellas, se las quitó de la mano. Por eso se convirtió en la principal sospechosa, y luego culpable confesa: era la última que había estado en contacto con ellas.

 ¿Una premonición simplemente?. Bien, sí, pero creo que está implícito algo más.

 El momento del sobresalto inicial, el momento de la sensación que yo experimenté, fue muy similar –el sobresalto, el estupor- al que yo sentí al descubrir su ausencia hora y media más tarde. Subrayo esa similitud de sentimientos, identidad diría incluso, porque es muy importante.

 Esa similitud implica una alteración del tiempo. Un situarse en otro instante aun estando en uno diferente.

Lo más parecido que se me ocurre a esto es la propiedad cuántica de estar en dos posiciones a la vez. Pero esta última es una propiedad de la física de altas energías, y no de la macrofísica. No puedo por tanto aplicarla al suceso relatado. ¿O sí?

 El sentido común, y mis conocimientos actuales de física, me dicen que rotundamente no. A menos que la actividad físico química de nuestro cerebro –de la cual todavía tenemos grandes lagunas- obre o pueda obrar de una manera singular. De hecho, está claro (para mí al menos conforme a mi experiencia) que realmente sí obra de una manera “singular”, y que esta “singularidad” se manifiesta en niveles macrofísicos, con todas las consecuencias que esto puede implicar de cara a la supervivencia. Más allá de lo aparente.

 El porqué, el cómo se produce, al igual que lo del arco iris, en el futuro.

 

 

 

 

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En redacción

Adenda (añadido a Conciencia, muerte y religión)
Reflexiones acerca del tiempo y la Conciencia

Antes que nada pido disculpas por lo que pudiera parecer un autobombo. Las razones por las que utilizo fotos de mí mismo es porque es lo que tengo más a mano, y además son esas fotos las que me han servido para realizar una reflexión acerca del tiempo en conexión con los asuntos de este libro (Ética del Ser).

Asimismo, a semejanza de Charles Bukowski y su texto Shakespeare never did it, llegué a considerar titular el presente escrito algo así como Heráclito nunca lo hizo. Naturalmente nunca lo hizo.
Es decir nunca tuvo la oportunidad de confrontarse consigo mismo de una manera tan demoledoramente eficaz como la que podemos tener hoy en día gracias a los registros espaciotemporales que la técnica nos proporciona -la técnica, ese desarrollo en el tiempo del telos humano.

Esta confrontación en épocas pasadas sólo era posible recurriendo a la memoria a la que podíamos añadir -en el mejor de los casos- quizás alguna pintura representativa.
Por el contrario, hoy en día, gracias a la capacidad humana para pensar la realidad (cum putare) desvelando lo que hay oculto tras la apariencia y mostrando por tanto facetas del ser (es decir, lo que es siendo; http://filonet.es/realidad/tonteria.htm) gracias a ello, repito, podemos acercarnos a otra realidad que siendo nuestra sin embargo no lo es en términos absolutos

Pues, ¿puedo acaso decir que yo soy ahora el mismo que el niño de las fotografías?

1956 09 030 Córdoba

1957 03 17 Córdoba

1957 03 03 Córdoba, Rafael leyendo un TBO

Evidentemente no aunque sin la menor duda me reconozca en ellas, e incluso me aviven recuerdos del momento en que se hicieron.

Mi persona (¿máscara?) sería entonces el equivalente al río de Heráclito, en el que nadie puede bañarse dos veces pretendiendo que sea el mismo río.

Y lo mismo que he dicho respecto al niño lo puedo decir respecto al hombre que se muestra en la foto.

yo, 35 o 36 años

Nada que ver (del todo) con la persona mayor (tercera edad que dicen) que soy ahora, listo ya (aunque suene dramático, y me disculpo) para el pass away.

Pero, siendo honesto, de la misma forma que no puedo decir que realmente yo sea -en mi vejez y con mis enfermedades- el mismo que el niño o el hombre mostrados en las fotografías, tampoco puedo decir enteramente que no sea la misma persona. En tanto que ser con memoria no sólo me puedo reconocer como mí mismo, no sólo puedo reconocer mi mismidad, sino que como ente biológico sé que existe una continuidad entre los diferentes estados por los que he ido atravesando a lo largo del tiempo. Lo que soy ahora lo soy en función de lo que he sido antes.

Así pues a la pregunta ¿soy yo acaso ahora el mismo que el niño y el hombre de las fotografías? debería responder de una manera ambigua, pues ciertamente soy y no soy al mismo tiempo el mismo, y sólo dependiendo del punto de vista que adopte seré una cosa u otra.

Esta doble cualidad probablemente recordará al lector a algunas de las propiedades de la física no clásica. Pero por mucha ‘ingeniosidad’, por mucho ingenio que le eche al asunto lo cierto es que, al margen de las múltiples posibilidades que tengo de ser una cosa u otra y su contraria, es incuestionable que en un momento dado aparecemos en esa realidad que llamamos universo, y en un momento dado desaparecemos de ello. Es decir, nacemos y morimos, al igual que el resto de los entes.

Sobre ese particular, siendo aún niño (mayor que el de las fotografías pero niño a fin de cuentas, probablemente al límite de la adolescencia) me preguntaba de dónde venimos. O más exactamente “de dónde vengo yo”.

Al caminar por el centro del boulevard me maravillaba lo que veía produciéndome una alegría incontenible (ahora sé que estaba liberando mucha dopamina). Y me sorprendía que todo aquello fuera nuevo para mí.

Me habían explicado en el Colegio que tenemos un alma inmortal lo que significaba que mi alma no moriría. Pero también, aplicando el sentido común, pensaba que en ese caso mi alma existía antes de ser Yo, es decir la persona que era en ese momento. No entendía entonces el porqué las cosas me parecían nuevas si se supone que yo existía anteriormente.

Así pues, la pregunta obligada era “¿de dónde vengo?”, “¿por qué no recordaba nada?”.

Y me esforzaba por intentar recordar, por intentar averiguar de dónde venía. Lo que llegaba a ser doloroso puesto que por mucho que me esforzase no conseguía resultado alguno.

¿De dónde vengo? me preguntaba entonces. Y la respuesta ineludible acababa siendo “de mi padre y de mi madre”. No había más. Y si pretendía seguir con el proceso lo despachaba rápidamente con un “y ellos de los suyos”.

Todo esto que resulta hoy de perogrullo en un niño era todo un descubrimiento, y también (me doy cuenta ahora) toda una toma de posición. En ningún momento hacía intervenir la figura de un dios. Simplemente ni se me ocurrió.

Naturalmente tampoco pensé en el Big Bang que por supuesto desconocía por completo. A efectos prácticos me bastaba con la respuesta evidente acerca de mi origen, clara y distinta que diría ahora.

Mi conciencia -esa conciencia que muchos confunden con lo que se ha dado en llamar alma – surge entonces de un cuerpo concreto y de unos orígenes precisos.

O lo que es lo mismo, está ligada a una materia perfectamente delimitada, nuestro cuerpo, de tal manera que nace con él y, razonablemente, muere con él.

Sólo, quizás, realizando una profunda relajación e introspección para llegar a una suerte de no-pensamiento o conciencia sin adjetivos sería posible sentir esa conciencia como parte posible de otro espaciotiempo, de otras coordenadas espaciotemporales.

O dicho de otra manera, podríamos darnos cuenta que la conciencia bien podría haber surgido en otro país, en otra cultura, en otro ser humano.

Naturalmente esta afirmación (la de que a través de una profunda relajación e introspección pudiéramos alcanzar algún tipo de conocimiento) no tiene en sí misma valor científico alguno. Tómese si se quiere como una conjetura.

Además, aunque es cierto que disponemos de una cualidad que llamamos empatía gracias a la cual tenemos la capacidad de ponernos en el lugar del Otro, y aunque sí seamos capaces de acceder a otros lugares mediante la inmersión en discursos diferentes producidos por humanos  (un templo, un juguete del pasado, un relato, un libro físico, etc.), en todos los casos el punto de partida es un Yo circunstancial. Y es desde ese yo concreto desde donde podemos hacer una aproximación a otros mundos y a las conciencias que los configuraron (barroco, gótico, románico, por poner más ejemplos en este caso arquitectónicos).

Así pues, el punto de partida es nuestro cuerpo. El cual tiene un inicio -el nacimiento- y un final -nuestra muerte, lo mismo que cualquier otro ente de nuestro universo.

No hay más.

Pues por desgracia, desde un punto de vista estrictamente empírico, nos resulta completamente imposible afirmar una posible existencia de nuestra conciencia más allá de esos dos puntos, nacimiento y muerte. Y cualquier intento de argumentación racional se topa con esos dos puntos mencionados.

Y así por ejemplo, el principio de conservación de la energía (“la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”), no nos proporciona certezas acerca de nuestra conciencia más allá de esos dos momentos. Imposible argumentar por ese camino.

Asimismo, podemos -como yo mismo he hecho unos párrafos más arriba- resaltar la cualidad de la empatía como una muestra de la capacidad de ubicuidad de la conciencia, pero entiendo que -aun siendo una muestra perfectamente racional- no es suficiente para llegar a ninguna certeza sobre este asunto. Lo impide precisamente el punto de partida, ese Yo circunstancial del que hablaba antes.

Todo lo cual nos lleva al espanto; es decir, resulta descorazonador y simplemente espantoso. Todas las injusticias, todos los horrores, todos los sufrimientos y/o alegrías quedarían limitadas a nuestra vida.

Por eso, ahora a veces, cuando veo a un crío o cría siento una cierta pena sabiendo de las incertidumbres, penalidades y desconsuelos que sufrirá por causa de la propia vida; la relacionada con él mismo pero también con sus seres queridos, padres, abuelos, etc.

Asimismo, ahora, a veces, puedo sentir una enorme y maravillada satisfacción al constatar la emergencia de una personalidad propia y diferenciada de sus adultos en esos humanos diminutos.

Es el misterio de la vida que no se deja desentrañar (el Ser que se oculta, http://filonet.es/realidad/medios.htm ). Un sinsentido.

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No obstante, invalidados los dos caminos argumentativos (Empatía y Conservación de la Energía) ligados con la actividad científica (células espejo y termodinámica respectivamente), no quedaría otra que recurrir a ‘razonamientos’ que habría que calificar como meramente subjetivos aunque en realidad tengan una dimensión intersubjetiva, semejantes al recurso al ‘dolor de muelas’ con el que Wittgenstein (Cuaderno Azul) se sirve para señalar la naturaleza mental e intercambiable de ese dolor.

El primero de ellos, es sin duda alguna el más subjetivo de todos aunque probablemente sea el más aceptado desde el punto de vista emocional (sólo emocional).

Se trata de la respuesta que hay en nuestro cerebro ante la devastadora pérdida de un ser amado.

Al parecer no es infrecuente que tras la muerte de alguien muy querido tengamos experiencias personales en las que el sujeto objeto del dolor se haga presente de una manera u otra. Ya lo expresó Homero cuando en la Iliada un asombrado Aquiles percibe la sombra fantasmagórica de su amigo Patroclo.

Esta presencia, esta aparición, resulta a veces tan real que no podemos menos que pensar en su realidad como algo objetivo, independientemente de nuestros deseos y afecciones.

Contribuye a ello el hecho de que son tipos de experiencias universales, prácticamente comunes a todos los humanos. Lo cual refuerza nuestra creencia en la existencia de la conciencia más allá de la muerte.

La segunda reflexión/argumentación no tiene, por supuesto al igual que la anterior, ningún valor científico.

Simplemente me llama la atención un hecho que casa mal con la percepción de una vida simple con una conciencia limitada.

En realidad, podríamos decir de una manera resumida que esa disonancia tiene que ver con la dimensión espaciotemporal de nuestro ser individual. O dicho de otra manera, ningún ser humano lo es en tanto que ente aislado. Todos y cada uno de nosotros somos (como ya se ha mencionado arriba al hablar del niño, el hombre y el viejo), en función de los que han sido antes. Y a su vez, de los que vendrán después.

En ese sentido tiene mucha razón la historiadora británica Bethany Hughes cuando dice: “”Preservar el pasado no es solo un ejercicio académico, sino que nos recuerda que estamos conectados con los hombres y mujeres que también caminaron por este lugar, y demuestra que, como especie, deseamos estar conectados entre nosotros”.

Esa necesidad de conexión también es importante (radical diría) en el ámbito de la acumulación y conservación de conocimientos ya que por suerte cuando nacemos no partimos de cero sino que incorporamos el bagaje de siglos de actividad humana, lo cual nos diferencia sustancialmente del resto de los entes.

Pues en efecto, la afirmación de que ‘ningún ser humano lo es en tanto que ente aislado’ puede hacerse extensiva al resto de los entes sean de la naturaleza que fueren. Una piedra, un colibrí, el cauce de un río, etc., lo son en función de lo que ha habido antes y de lo que habrá después.

Sin embargo, más allá de esa semejanza, hay una diferencia fundamental. Y es la adquisición de más y más conocimiento de suerte que -en tanto que  especie- somos más libres que hace 100, 200, mil, cien mil años.

Desde la producción de alimentos a la superación de enfermedades pasando por nuestra capacidad para la movilidad (comunicación) y el aumento imparable de nuestra computación (cogitación), todo parece indicar una conducta teleológica cuyo propósito no es otro que la obtención del máximo conocimiento o lo que es lo mismo la obtención de la máxima libertad.

Podría decirse que ese aumento de conocimiento ha sido -en el tiempo que me ha tocado vivir- vertiginoso. Aplicaciones prácticas que eran absolutamente impensables en mi niñez (c. 1950-60) son hoy una realidad.

Sin embargo no creo que me equivoque mucho si pienso que esa percepción de ‘avance’ ha podido también ser vivida en tiempos pasados. La Revolución Industrial (1ª y 2ª), el Siglo de las Luces, las grandes Guerras Mundiales y sus innovaciones tecnológicas, el tiempo de los Descubrimientos en lo que llamamos Renacimiento, así como otros periodos que podíamos señalar, son muestras de ese vértigo que es el conocer.

Todo indica que esa progresión en el conocimiento continuará. Y que dentro de 50, 100, 1000 años, la capacidad de ensanchamiento de nuestra posibilidad de actuar fruto de esa pulsión por conocer que tiene la especie humana, será asombrosa.

Ignoro hasta donde nos llevará aunque una tentación es pensar que nos conducirá hasta la superación misma de la muerte.

Por supuesto, no lo creo.

Y no lo creo porque, si bien es cierto y muy evidente que hay una conducta teleológica en el sentido descrito más arriba, también es cierto que no somos una especie aislada y no es posible descartar algún acontecimiento/catástrofe que nos destruya antes de alcanzar ese máximo conocimiento al que parece que tendemos.

Pero es que además me resulta imposible concluir que ese máximo conocimiento dé como resultado la superación de la muerte en este lado de la realidad de nuestro universo antropocéntrico ya que la muerte es parte de la vida, es decir que son las dos caras de una misma moneda. Sin ella, sin la muerte, la vida no tendría sentido. O para ser más exacto, no tendría el sentido que para nosotros tiene ahora. Que no es otro que el de la superación de nuestras limitaciones, la superación de nuestros límites.

Ese ensanchamiento de nuestra capacidad de actuar -del que ya hemos hablado anteriormente- es lo que habitualmente entendemos como ‘libertad’. Pero ya hemos visto que – a tenor de los últimos descubrimientos neurológicos- no disponemos de libre albedrío (free will), con lo cual nos encontramos en una interesante paradoja. La de la libertad en el interior de la No-libertad.

En realidad, más que interesante, es una fenomenal paradoja. Pues la naturaleza, es decir la No-Libertad (pulsión cognitiva), nos obliga a ensanchar nuestro ámbito de actuación adquiriendo más y más Libertad en el seno de la misma.

¿Hasta dónde llegará esa Libertad?

¿Cuál es su límite?

¿Es un círculo virtuoso o un círculo vicioso?

En cualquiera de los dos casos, una manera de salir de ese círculo sería admitiendo la posibilidad de que más allá de la vida conocida hay otra que sobrevuela a la anterior, una suerte de metacírculo.

Lo cual no es óbice para pensar que, como ya se ha dicho, pueda sobrevenir un gran cataclismo que haga desaparecer a la especie humana. De la Naturaleza a la Naturaleza

 

.- Digresión muy pertinente sobre Teleología.

Uno de los problemas del concepto de teleología es que se la ha asociado a la argumentación aristotélico-tomista de las causas, básicamente, a la inicial y a la final. Es decir, se la ha vinculado a un ente imaginario, llámese Dios, Primer Motor o cualquier otra manera de expresarlo.

Ni que decir tiene que rechazo esa vinculación. Y en cualquier caso, si tuviera que expresar alguna diría -bajo tortura- que de la Naturaleza a la Naturaleza. Es decir,  la causa inicial de nuestra existencia es la naturaleza; la causa final es asimismo la naturaleza.

Un círculo virtuoso.

Esa vinculación con un ente imaginario supuso el destierro de la teleología del pensamiento científico durante siglos.

Sin embargo, con la Segunda Guerra Mundial (ya se sabe que la guerra es padre y rey de todas las cosas) el concepto tuvo una inesperada revalorización.

En 1942, el gobierno de los Estados Unidos, a raíz de la reciente y obligada incorporación al conflicto, comisionó al MIT para investigar la forma de perfeccionar el tiro antiaéreo.

Una primera consecuencia fue que en Enero de 1943 se publicó un artículo titulado Behavior, Purpose and Teleology firmado (en este orden) por Arturo Roseblueth, Norbert Wiener y Julian Bigelow, en el cual no sólo se establecen las bases teóricas para el perfeccionamiento del tiro antiaéreo y en general para la creación de máquinas con un objetivo a cumplir, sino también lo que pocos años más tarde sería conocido como Cibernética.

Partiendo del behaviorismo, en el artículo se pone de manifiesto la existencia de una “conducta teleológica” que no es otra que aquella que está orientada a un fin, controlada por mecanismos de feed-back.

(El documento puede leerse aquí: https://courses.media.mit.edu/2004spring/mas966/rosenblueth_1943.pdf ).

En el caso humano, toda nuestra historia como especie parece orientada a una finalidad, con luces y sombras, con feedbacks negativos y positivos.

Esta finalidad simplemente es la obtención de conocimiento, el máximo conocimiento posible.

Y en ello estamos.

—-

Por último la tercera reflexión/argumentación no tiene, por supuesto al igual que las anteriores, ningún valor científico.

De nuevo, me llama la atención esa capacidad que tenemos de conexión con lo ‘otro’ tanto en el tiempo como en el espacio, pudiendo ser lo ‘otro’ bien una persona, un pensamiento, una situación …

En su versión más sencilla, o si se prefiere más simple, esta capacidad de conexión quedaría ejemplificada por ese tipo de coincidencias, que prácticamente todo el mundo ha vivido alguna vez, por la que -por ejemplo- estás pensando en una persona y te la encuentras al doblar la esquina, o justo en ese momento te llama por teléfono. O estás pensando en algo muy concreto y justo en ese momento otra persona repite ese pensamiento exactamente en los mismos términos.

Sería lo que se ha dado en llamar “casualidades significativas”.

Sin embargo, entiendo que esa capacidad de vínculo con lo ‘otro’ va bastante más allá de ese tipo de casualidades, pudiendo abarcar insólitas conexiones, semejantes -no iguales- a las que hice referencia en la primera reflexión.

O experiencias como la de aquel médico (lo siento, no puedo recordar su nombre ni el título del texto que el propio médico escribió) por la que dos pacientes desconocidos entre sí y sin haber mediado ninguna relación entre ellos, le cuentan exactamente el mismo sueño. Lo que naturalmente descolocó totalmente al médico hasta el punto de decidir ponerlo por escrito.

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A lo largo de mi vida he vivido (valga la redundancia) muchas “casualidades significativas”. Quizás demasiadas.

Normalmente se tiende a olvidarlas o a no darlas importancia salvo que por alguna razón u otra éstas te impacten en exceso.

De todas escojo relatar dos de ellas esperando que ayuden al lector a dimensionar esa capacidad de conexión con lo ‘Otro’ que mencionaba arriba.

Con la primera simplemente relato la primera vez que experimenté esa sensación.

Sucedió en Pau, en la ciudad de Pau, y yo tenía 12 años.

Mi padre, que era un gran viajero, me regaló un viaje con él cuando terminó el curso. Yo había sufrido una tremenda enfermedad, una infección bacteriana que casi me lleva a la tumba de la que salí gracias a los antibióticos (tres inyecciones al día durante un mes) y supongo que algo tuvo que ver con aquel maravilloso viaje.

En realidad fue la primera vez de muchas cosas. Fue la primera vez que viajaba a Francia; la primera vez que salía al extranjero sin el resto de la familia, sólo con mi padre; la primera vez que probé el vino de Burdeos en Burdeos (y aprendí que la competencia estaba en Borgoña); la vez que probé el chacolí en San Sebastián en un barucho (con perdón) en el minipuerto (y me pareció aguachirri); la vez que en la Plaza del Castillo corrí en torno a un toro de fuego nocturno; la vez que vi un encierro en la calle Estafeta desde la ventana del hotel y además vi a un cantante y compositor pop al que admiraba en un balcón cercano; la vez que le pedí un autógrafo a Orson Welles (mi padre, “mira, mira, es Orson Welles” y yo “¿quién”. Sacó un libreta pequeña y me dijo “ves aquel señor gordo que está sentado en ese bar pues ve y le pides un autógrafo”); la primera (y única) vez que vi una corrida de toros en Pamplona desde una barrera sin pagar por ello –nos colamos. En fin, un viaje para no olvidar.

Lo de Pau fue porque mi padre quería conocer la estación de Canfranc que estonces sí estaba operativa. Así que llegamos desde Zaragoza y desde Canfranc otro tren hasta Pau.

En Pau poco había que hacer. Hacer noche y al día siguiente marchar hacia Burdeos.

No recuerdo si ya habíamos cenado pero estoy seguro por lo que se verá a continuación que había una buena luna, cercana a llena (comprobado tras consulta al calendario lunar).

Paseábamos tranquilamente por el llamado Boulevard des Pyrénées. Este bulevar no es otra cosa que un gran paseo a modo de cornisa desde donde se puede divisar la impresionante cordillera pirenaica. Ya era de noche y apoyados en la barandilla del paseo contemplábamos en silencio la majestuosidad de los Pirineos en toda su extensión.

A nuestra izquierda había un kiosko de música que no veíamos. Tocaban algo que me parecía conocido. Súbitamente reconocí la famosa melodía de Rigoletto (questa o quella per me…) en el solo de trompeta que estaba oyendo. Me sorprendió que algo así pudiera tocarse con una trompeta, y que quedara bien.

Y allá a lo lejos, pero muy cerca, los Pirineos.

De pronto, en mi cerebro surgió la frase, el pensamiento, “parece Suiza”. Así, sin más.

Y lo dije en voz alta.

Mi padre me miró de arriba a abajo (todavía era más alto que yo) y con un tono que a mí me pareció de reproche me dijo: “Cómo puedes decir eso si tú nunca has estado en Suiza”.

Intentando defenderme busqué una explicación lógica, razonable, y dije “no sé, será por las postales”.

Mentira, yo no recordaba ninguna postal o fotografía hecha por él.

Y entonces, tras un instante de silencio mi padre dijo “Yo estaba justamente pensando eso”.

Y así supe que ese tipo de cosas podía ocurrir.

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El segundo relato es un poco más complejo, aunque adelanto que bien podría ser una alucinación, compleja pero alucinación a fin de cuentas. No obstante, en virtud de una experiencia similar anterior mucho me temo que podría no serlo.

Ocurrió en las proximidades del centro educativo donde trabajaba.

Resulta que el Ayuntamiento de la localidad (un pueblo de costa) decidió ampliar la zona azul de aparcamiento para recaudar más dinero de cara al verano.

El resultado fue que tanto la calle que daba a la puerta principal del Instituto como la mitad de una gran plaza cercana se vaciaron de coches. Al haberse convertido en zona azul resultaba imposible mantener aparcado el coche durante las siete horas de una jornada escolar completa (de 8:00 a 15:00 horas), no sólo por el coste (y el coñazo de las moneditas) sino sobre todo por la limitación de tiempo que imponía.

La consecuencia fue una acumulación de coches en zonas libres de pago y donde antes era relativamente fácil aparcar ahora resultaba imposible, teniendo que llevar el vehículo más y más lejos.

Yo, cuando llegaba sobre las 8 de la mañana, solía hacer un recorrido de más cerca a más lejos del Centro buscando encontrar plaza para poder aparcar.

Una mañana, un lunes, al girar en una pequeña calle que solía estar ya petada me encuentro para mi gran sorpresa que hay una enorme cantidad de huecos para aparcar. Al entrar descubro que la causa es que la habían convertido la en zona azul.

Hasta ahí, normal.

Sin embargo, ese mismo día, lunes, que era día de Claustro al ir andando con unos cuanto compañeros para coger los coches y volver a casa pasamos por la calle en cuestión.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando al entrar en la calle veo que está a rebosar de coches. Ni un solo hueco.

Al avanzar un poco descubro que ya no es zona azul, que no hay ninguna indicación, ninguna raya, nada.

Naturalmente, lo digo en voz alta. “¿Pero esto esta mañana no era zona azul?”

Uno de los compañeros, un profesor de historia, me dice que no, claro que no.

Me callé.

Yo alucinaba en colores (simbólicamente según la expresión popular) y más tarde, y al día siguiente y al otro, inspeccioné la calzada a fin de descubrir un pintado y repintado de las líneas de aparcamiento. Era la única explicación lógica. Nada, allí no había la menor traza de cambio alguno.

Acabé dejándolo.

Dos semanas más tarde, otro lunes, al llegar y entrar en la calle en cuestión veo que de nuevo es zona azul. Muchos huecos. Y un poco más allá descubro que la otra mitad de la plaza que mencionaba más arriba también la habían convertido en zona azul, así como varias calles adyacentes.

Ya era la definitiva.

¿Qué había ocurrido?

¿Había vivido un salto en el tiempo o simplemente había sufrido una alucinación?

Naturalmente, para mi propia tranquilidad y salud, decidí que todo había sido una alucinación y procuré olvidarlo, no darle más vueltas al asunto.

El problema es que un par de años antes sí tuve una experiencia plenamente anticipatoria de algo que ocurrió un día después. Se trató de un robo de llaves cometido por unas alumnas. Y me afectó mucho.

Esa anticipación yo no tuve más remedio que considerarla como un salto en el tiempo, similar a la sufrida por Da Ponte solo que en mi caso con el agravante de haber ocurrido estando plenamente despierto y no a través de un sueño.

Todo lo cual enlaza con el asunto tratado en este libro, que no es otro que el de la no-libertad en un mundo determinado para ser libre.

 

 

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Conciencia, muerte y religión

Conciencia, muerte y religión

Decíamos en “El sueño de Da ponte” que una de las constantes del ser humano era la de la búsqueda del conocimiento, y que siendo ésta la característica de su Ser la única opción ética posible era la de favorecer las condiciones sociales para que esa búsqueda del conocimiento pudiera tener lugar libremente. 

Sin embargo, es preciso reconocer que junto a la búsqueda del conocimiento existe otra característica del ser ser_humano que es antagónica a la anterior y que en cierta manera se constituye como su complementario a la par que su opuesto.  Es como el mal y bien, opuestos necesarios el uno para con el otro. 

Esta característica óntica no es otra que la necesidad de creer, es decir la creencia, la credulidad, la cual puede llamarse de muchas maneras: opinión, ilusión, fe.

De ella, por causa de ella, surgen los mitos, los charlatanes, los curanderos y toda clase de supersticiones.  Por ella, en fin, han surgido los rituales religiosos y, en definitiva, las religiones. 

El pensamiento ilustrado del siglo XVIII era consciente de ello y como ya indicó Hume en su Historia natural de la religión “los sentimientos ordinarios de la vida, el ansioso deseo de felicidad, el temor a la miseria futura, el terror a la muerte, la sed de venganza, el hambre y otras necesidades” son las causas por las cuales aparecen las religiones. 

De todos estos deseos y temores sin duda el de la muerte es el más poderoso. Y aunque los demás sentimientos mencionados por Hume son la causa de supersticiones de todo tipo dando lugar a charlatanes, “magos”, echadores de cartas, etc., sin duda alguna es la religión -cualquier religión- la que se lleva la palma, constituyendo la cúspide del pensamiento mítico (supersticioso en el vocabulario de los ilustrados del XVIII) en el cual millones de personas creen y confían sus esperanzas cualquiera que ellas sean.

Este vocablo, el de supersticiones, servía en aquel siglo tanto para describir a una religión como a un ritual mágico, y de hecho el ilustrado Casanova se aprovechó en más de una ocasión de la candidez supersticiosa de sus semejantes para obtener el beneficio económico al que su inteligencia y ausencia de escrúpulos tenían derecho. 

El aumento del conocimiento y su puesta en práctica sin duda ha mejorado nuestras condiciones materiales de vida, nuestro bien-estar, pero como ya dijimos más arriba ello no ha supuesto el menor progreso moral. Se mata, se tortura, se odia, se teme, se desea, etc. igual que antaño puesto que es parte de nuestra naturaleza. Y aunque gracias al progreso material ha habido, si lo comparamos con el pasado, un evidente retroceso de las religiones con toda su parafernalia de normas, coacciones y restricciones, éstas ni han desaparecido ni presumiblemente desaparecerán nunca. De hecho, en el tiempo en el que escribo está habiendo un horroroso repunte religioso acompañado de toda la inmensa crueldad que la creencia ciega (el fanatismo) lleva incorporado. 

Sin embargo, este antagonismo supone una no-dualidad, es decir un antagonismo no-dual, ya que existe un denominador común entre el creer y el conocer. En ambos casos, tanto en la necesidad de creer como en la necesidad de conocer, existe una exigencia humana por superar y controlar la realidad, una realidad que nos somete a  limitaciones de todo tipo, hambre, enfermedad, ausencia de afecto-amor, condiciones de vida (frío, calor), comunicación espacio temporal, dolor, muerte. Por ello, podemos decir que esa necesidad de superar y controlar la realidad significa un intento de apropiación de la realidad misma y no olvidemos que, como en el acto de fotografiar o de mirar a través de la cámara obscura o pintar un bisonte, “toda apropiación implica un deseo, y todo deseo una carencia”. 

Quizás por esta causa el fenómeno religioso ha sido una constante en la historia de la especie humana, al menos desde que tenemos pruebas de ello en el Paleolítico; e incluso (a tenor de los últimos hallazgos relativos al Homo Neandertal) parece que hay rituales de enterramiento entre los neandertales que sugieren que también en esa especie hubo actitudes religiosas en torno a la muerte.

 Y así, de la misma manera que las pasiones del alma (que dirían los racionalistas del XVII) nos mueven y nos motivan hacia la gran pasión que es el conocimiento, por estas mismas causas la especie en su conjunto está impelida, impulsada a creer, de suerte que uno y otra, conocimiento o creencia, nos ayudan a superar las limitaciones, las determinaciones que la realidad nos impone. 

De todas las determinaciones mencionadas sin duda la de la muerte es la más poderosa, la más definitiva, y por la cual somos capaces de inventarnos lo que sea con tal de superarla. Se entiende que cuando hablo de superar me refiero no sólo a hacerlo respecto de la muerte propia sino también de la ajena, la de los seres amados cuya ausencia definitiva nos produce una devastación sin límite y sin medida; literalmente, una devastación que no se puede medir

Por esta causa, por la necesidad de negar la muerte y el deseo de sobrevivir, el ser humano ha concebido un ente al que llama dios el cual sería el que generosamente otorgue una vida más allá de la vida. Buena o mala, cielo o infierno, reencarnación positiva o negativa, en función de los criterios (morales) absolutamente peculiares establecidos por sus sacerdotes.

 No pongo en duda que las religiones hayan servido de consuelo a los humanos, y por lo tanto hayan proporcionado alguna clase de bien (alivio al dolor). Tampoco pongo en duda que las religiones nos hayan legado preciosos edificios de culto por cuya dimensión artística o histórica solemos visitar en tanto que objetos turísticos.

 Pero de la misma manera que también han sido capaces de construir edificios espantosos (como el de la Sagrada Familia en Barcelona) las religiones han sido en su mayor medida un foco de mal (daño al otro), unas organizaciones para el fanatismo y la intolerancia. Capaces de asesinar con toda crueldad a los disidentes y a los extraños de su amigo imaginario. Un mundo de fantasías plasmadas terroríficamente en el mundo de las personas. De locos.

 Así pues, y sin la menor duda, en la balanza del beneficio- perjuicio en la que podemos colocar a las religiones, entiendo que éstas han causado más mal que bien especialmente por cuanto entran en colisión con la pulsión del conocimiento al que obstaculizan, reprimen y condenan.

 En la medida en que las sociedades humanas vamos superando las limitaciones, las determinaciones que la realidad nos impone, la influencia de las religiones en la vida cotidiana disminuye y crece la importancia de la ciencia tanto en sus aspectos teóricos como en los más prácticos. Hasta el punto que, en el largo plazo de la historia humana y su desarrollo, podamos lograr superar (vía Realidad Virtual, como ya dije) cualquier tipo de determinación culminando así todo tipo de deseo, todo tipo de pasión, buena o mala según los parámetros de la moralina

Sin embargo (siempre hay un pero), hay un elemento en las determinaciones de la physis al que considero imposible de superar puesto que forma parte de la misma physis, al igual que la vida -el nacimiento de la vida. Y éste no es otro que la muerte.

 Por esta causa considero que siempre habrá religiones, siempre habrá actitudes religiosas en tanto que seamos incapaces de responder a la cuestión de si hay o no algo más allá de la muerte.

 Lo lógico, lo empírico, es pensar que no. Que una vez desaparecidas las funciones que nos caracterizan como seres vivos simplemente desaparecemos. Es decir, que cuando deja de funcionar el conjunto de neuronas de nuestro cerebro entonces la Conciencia (de ese cerebro) deja de existir.

 Pues, no lo olvidemos, la Conciencia no es otra cosa que propiedad emergente de un sistema; en este caso del (sub)sistema que es el conjunto de neuronas cerebral.

 Para los no familiarizados con la Sistémica como instrumento de análisis científico debo aclarar que un Sistema se caracteriza por estar constituido por un conjunto de elementos con unas determinadas propiedades desde el que surge un nuevo elemento con unas características -propiedades- que nada tienen que ver con las de las partes que lo componen. Por ejemplo, una habitación como desde la que estoy escribiendo está formada por tabiques, puertas, quizás ventanas, suelo, etc. Ninguno de esos elementos constituye en sí una habitación, y sólo en la medida en que hay entre ellos una interacción organizada surge una propiedad absolutamente distinta que percibimos y llamamos habitación. O, poniendo otro ejemplo, el conjunto de piedras organizado que dejan de ser una mera agregación (suma) de piedras para convertirse en el Mont Saint Michel,

 En palabras de Searle para explicar la emergencia de la conciencia ésta sería como el agua que tiene la propiedad de ser líquida como resultado del agregado de millones de moléculas de H2O. Pero ninguna de esas moléculas tiene en sí la propiedad de ser líquida.

 Pues igual ocurre en el cerebro. De hecho, no existe ninguna neurona o grupo de neuronas que se ‘ilumine’, que se active, indicando la presencia de la conciencia en ellas. O dicho de una manera más simple, no existe ninguna neurona en la que resida la conciencia. Ésta sólo es el resultado (emergente) de la actividad del sistema neuronal.

 Así pues lo razonable y sensato es afirmar que una vez extinguida la actividad neuronal se extinga a su vez la conciencia que surge de ella.

 Pero, como ya hemos dicho, el ser humano se rebela contra esta imposición y aspira y desea su propia supervivencia así como la de sus seres queridos. Miles de miles de millones de humanos han pensado, piensan y pensarán que tras esa extinción existe una continuación de la vida en otro lugar espacio-tiempo.

 Y así, por causa de que en el fondo la idea es sumamente absurda ya que las evidencias empíricas muestran lo contrario, el ser humano inventa un(os) dios(es) que graciosamente otorga(n) ese don. Don, dádiva que a su vez va ligada a los comportamientos buenos o malos establecidos en virtud de unos criterios morales que como ya hemos visto no son más que una pura convención cultural que cambia con el tiempo y el lugar.

 Yo no sé -en realidad no puedo decir- que el ser humano sobreviva a la muerte. Pero lo que sí sé es que, de ocurrir, esto ocurriría de ‘oficio’, es decir por la misma causa por la que una manzana cae del árbol por efecto de la gravedad o la luz puede descomponerse en un hermoso arco iris. Sería un hecho no regido por la arbitrariedad (de alguien o de algo) sino un hecho inevitable e intrínseco a la propia naturaleza general.

 Oppenheimer, el gran físico y director civil del Proyecto Manhattan que dio lugar a la bomba atómica, decía que ante nosotros (ahead) en el universo hay un tan enorme y tan vasto futuro de conocimiento que incluso nos resulta imposible concebirlo. Personalmente soy muy consciente de ello, y me gustaría que el lector lo fuera también.

 Piense por un momento en otro lugar espaciotemporal de nuestra historia humana, sitúese en la Edad Media, o en el mundo Grecolatino, y verá algunos de los sueños más locos e inverosímiles que haya podido concebir el ser humano han podido hacerse realidad gracias al lento avance del conocimiento de lo que realmente es y no de lo que parece ser, es decir la doxa.

  

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Pero más (no sé muy bien qué palabra emplear) inquietante y turbador que intentar averiguar si hay vida después de la muerte, mucho más desconcierto y perplejidad me produce intentar explicar y entender qué hacemos en nuestro universo si nos paramos a considerar los parámetros descritos en “El Sueño de Da Ponte” y la apostilla que le sigue.

En la base, en el fundamento, en la raíz de los mismos se encuentra justamente aquello que da lugar al nacimiento de la filosofía y posibilita en definitiva la Ciencia. Es decir, nada absolutamente nada de lo que ocurre en la Naturaleza es el resultado de la acción arbitraria, del capricho o de la voluntad de ningún ente. No existe ninguna entidad, a la que solemos llamar dios, que por obra y capricho de su voluntad haga y deshaga en la naturaleza. En ella, las cosas suceden por que tienen que ocurrir de la misma manera que dos y dos son cuatro (en base diez) o las hojas caen de los árboles (de hoja caduca) en un determinado periodo del año, etc., etc.  

El cometido del intelecto será pues intentar averiguar el porqué de esos aconteceres sin recurrir para ello a substancias ocultas ni a entidades imaginarias que a la manera del Deus ex machina del teatro grecolatino aparecía en escena para resolver una situación aparentemente irresoluble. 

Haciéndolo, resolviendo esos porqués, cimentamos eso que llamamos Ciencia la cual es absolutamente incompatible con cualquier clase de Mito, Superstición, Creencia y, en definitiva, cualquier Religión. 

Al mismo tiempo, decíamos que el ser humano carece de libre albedrío (free will). Y basábamos tal afirmación en las investigaciones que la Neurociencia ha llevado a cabo las cuales han puesto de manifiesto la servidumbre de nuestra Conciencia respecto de las decisiones que toma el cerebro autónomamente. 

Personalmente me cuesta concebir la ausencia de libre albedrío tal y como supongo que le pasa a la mayoría de los lectores. Todos tenemos la impresión de que en el momento de tomar una decisión, en el momento de tener que optar por varias alternativas es nuestra conciencia la que resuelve, la que decide. Quizás en el futuro pueda confirmarse empíricamente esta impresión pero de momento, como ya se ha mencionado anteriormente, lo que se sabe es que primero se produce una actividad cerebral y luego, varios segundos más tarde, ésta se manifiesta como conciencia, con la particularidad añadida de que no hay ningún lugar en el cerebro en el que ésta (la conciencia) se muestre. Es sólo la propiedad emergente de un (sub)sistema. 

En cierta manera podría equipararse a lo que tradicionalmente se ha llamado el alma suponiendo que ésta (la conciencia) pudiera subsistir al margen de un soporte material. 

Pero además del apoyo de la neurociencia para rechazar el libre albedrío está el hecho de que nosotros los humanos también somos naturaleza y por lo tanto estamos sometidos al mismo principio básico del que hablaba arriba: en ella, en la naturaleza nada ocurre como resultado de una acción arbitraria, del capricho o de la voluntad de ningún ente. Los hechos ocurren porque han de ocurrir (y bien lo saben los psiquiatras empeñados en descubrir las razones -la racionalidad- de nuestras acciones por muy disparatadas que éstas sean). 

Durante siglos nos hemos sentido como separados de la naturaleza, y aún hoy estamos acostumbrados a mencionarla como algo distinto a nosotros mismos, los humanos. Sin embargo, tras Darwin y el desarrollo genocientífico posterior resulta absolutamente imposible dejar de aceptar que nosotros también somos naturaleza. Naturaleza en cierta forma al igual que lo es un árbol, una piedra o un chimpancé (a fin de cuentas, moléculas, átomos como nosotros). Pero también en cierta forma diferentes, y mucho, a un árbol, una piedra o un chimpancé conforme a la organización propia de los entes en cuestión. Así pues, iguales pero diversos. 

Cada uno de estos entes, cada una de estas entidades (por usar un lenguaje más asequible y propio de nuestros tiempos) tiene unas características que le son propias. Un telos que diría Aristóteles.

 Ya hemos visto en qué consiste nuestro telos, el telos humano. Éste no es otro que “el Conocimiento, el deseo y la búsqueda del conocimiento“. 

Ignoro por completo hasta dónde y hasta cuándo nos llevará ese conocimiento. Sólo sé que ese saber no sirve para evitar las pulsiones básicas del ser humano; no sirve para conseguir el menor ‘progreso’ moral. Y esto es así porque el Bien y el Mal son parte constitutiva de él mismo; están en su raíz, tal y como lo están en la Naturaleza que antropogénicamente conocemos.  

Entonces, si no somos libres, si esta naturaleza obra conforme a una racionalidad imperativa (como diría Spinoza) la cual incluye radicalmente el Bien y el Mal, entonces ¿qué hacemos aquí, para qué sirve nuestra vida, para qué sirve nuestra muerte? 

Una salida a estas preguntas es la que dio Platón con su existencia de otro mundo verdadero y perfecto en el que residen, entre otros muchos, los eidos del Bien y la Belleza.

 El problema es que liga este mundo con un sistema en el que es fundamental el libre albedrío (free will) de suerte que los procesos de reencarnación previstos en él están vinculados a las acciones -buenas o malas (lo que quiera que ello signifique para Platón)- realizadas por personas que disponen de una libre voluntad. 

El resultado es algo lo más parecido al de cualquier religión, si bien es cierto que en esta concepción no se incluye a ningún dios propiamente dicho, sólo el Ordenador -el Demiurgo- que está muy lejos de ser un dios al uso. 

Sin embargo con anterioridad a Platón ya hubo otros filósofos que apuntaron la posibilidad (más bien habría que decir certeza) de otros mundos, de otro mundo más allá de la muerte.

En concreto Heráclito, en alguno de los fragmentos conservados de su obra, así lo expresa al realizar afirmaciones desprovistas de moralina tales como
“A los hombres les aguarda al morir cuanto no esperan ni creen” o
“Lo mismo vivo y muerto, y despierto y dormido, y joven y viejo: pues estos se transforman en aquellos y aquellos, a la inversa, se transforman en estos”,
y un poco más críptico
“Los inmortales son mortales, y los mortales son inmortales. Los unos viven la muerte de los otros, los otros mueren la vida de los unos”.

 Ni que decir tiene que estas afirmaciones, por mucho que las diga el Gran Heráclito, carecen por completo de validez científica de la misma forma que no la tuvo el Sueño de Da Ponte que mencionábamos al principio. Son, no obstante, significativas en tanto que caracterizan a la realidad como un proceso compuesto de entidades dinámicas en continua interacción; que no está en sí mismo cerrado, como ocurre en Platón, sino que es un proceso abierto e inconcluso por definición.

 Asimismo, Heráclito -pero también Platón- no hacen sino recoger, dar forma, a una creencia popular presente en todas las culturas humanas por la que existe alguna suerte de vida más allá de la muerte. Esta supuesta vida sería la que, de una manera u otra (platónica o heraclitiana), daría sentido a la que conocemos con certeza y en la cual reímos, lloramos, nos horrorizamos, luchamos, etc. tal y como, por ejemplo, ponía de manifiesto Monty Python en The Meaning of Life. Y en el caso de los filósofos, a veces metemos un gol en un partido de fútbol entre pensadores divertidamente interminable (también en Monty Python).

  

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 Respecto de la supervivencia de la conciencia ya comenté más arriba que, de ocurrir, ocurriría de ‘oficio’ es decir “un hecho no regido por la arbitrariedad (de alguien o de algo) sino un hecho inevitable e intrínseco a la propia naturaleza general”. 

En cualquier caso, parece prudente pensar que esa conciencia, una vez muerto el cerebro, una vez cesada su actividad, sería una conciencia no referenciada al mismo, es decir una conciencia en sí. Lo que -en el supuesto de que así ocurriera- se asemeja bastante al concepto de liberación de las filosofías orientales. O dicho a la manera orteguiana, sería una liberación del Yo Circunstancial, es decir del yo ligado al cerebro y a las circunstancias espaciotemporales en las que le ha tocado vivir. 

Naturalmente, todo esto que digo es pura especulación ya que en realidad no tengo ni idea de lo que ocurre al morir. Es tan especulativo -al menos si no más- como postular la existencia del Múltiples Universos, el Multiverso sobre el cual teorizan algunos Físicos, de suerte que ligar una especulación con la otra no sería más que una especulación al cuadrado.  

No obstante, no creo que sea posible cerrar el asunto insinuado arriba ya que el problema de fondo es que las neuronas a su vez están compuestas de moléculas y de átomos, de cuyo comportamiento subatómico aún estamos en mantillas. 

Quizás en el futuro haya quien(es) lo resuelva(n).

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Apostilla al Sueño de Da Ponte

Personalmente soy de los que piensan que tras haber escrito un texto conviene dejarlo reposar durante un tiempo para, pasados unos meses, volverlo a leer desde el distanciamiento para encontrar así los defectos o carencias que un lector cualquiera pudiera apreciar.

Y así, al releer El problema de la Libertad/Determinación (Ética) o El sueño de Da Ponte me doy cuenta que al haber hecho uso del término ‘libertad’ en dos acepciones diferentes (una, libertad física respecto al resto de la naturaleza; otra, la no-libertad del falso libre albedrío) pudiera ser que ello moviera a la confusión, a pesar del contexto en el que cada uno de ellos se utilizaba.

De hecho, al realizar pequeñas modificaciones sencillas al texto precedente, tales como añadir la expresión “respecto del entorno” cuando me refiero a la libertad física, a la libertad respecto al resto de la naturaleza, me doy cuenta que, para algunos, la relación entre una y otra (el no-libre albedrío y la libertad física) es una relación insuficientemente desarrollada y/o explicada, constituyendo sin embargo entrambas un potente círculo virtuoso propio de un (sub)sistema con salida.

………….. Puede terminar de leer este breve texto completo en  http://filonet.es/ (integrado y ligeramente modificado) en el libro Ética del Ser.

 

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El tiempo

shapeimage_3-300x183Barroco, Renacimiento, Romanticismo etc. son etiquetas para designar diversos periodos de nuestra historia humana. En ellos, existe una determinada manera de enfocar nuestra cultura y que abarca desde la forma de vestir o la manera de escribir (de relatar) hasta el tipo de música y arquitectura que se realiza en ellos. En realidad no son otra cosa que una manera específica de pensar el mundo, de sentirlo y reflejarlo.

 Así, el universo mental, el universo de ideas que da como resultado, por ejemplo, el Barroco, no es posible transvasarlo a otro periodo salvo que uno quisiera reproducirlo como recreación histórica. A un creador del siglo XXX le resultará simplemente imposible componer como en el XVIII puesto que su universo mental, la sociedad desde la que emerge ese universo de ideas, será distinto.

 Sin embargo, un hecho peculiar puede suceder en nuestro tiempo. Fui consciente de ello hace tan sólo unos días.

Transcurría la mañana de una manera tranquila y sosegada; escuchaba la radio; y de pronto advertí que llevaba cerca de una hora escuchando música barroca, sumergido en el ambiente sonoro del barroco; sin interferencias, sin ningún locutor que me lo señalase.

 Me di cuenta entonces que era posible (es posible de hecho) trasvasarse a otro periodo histórico sin sentir ninguna incomodidad ni forzamiento. Cierto que faltaban muchos otros elementos de la cultura del XVIII pero ahí estaba yo escuchando muy a gusto la misma música que cualquiera de nuestros antepasados de esa época.

 Quizás los viajes en el tiempo no sean en el fondo más que eso. Ser capaces de situarse en un espacio temporal distinto y sentirlo como propio.

 Joseph-Jaiyden-300x161

 

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El sueño de Da Ponte y el problema de la Libertad/Determinación (Ética)

El problema de la Libertad/Determinación (Ética) o El sueño de Da Ponte

Lorenzo da Ponte fue un libretista que escribió entre otros los libretos de un buen número de óperas para músicos como Salieri, Martín Soler y Peter Winter. Fundamentalmente es conocido por ser el escritor de las historias y textos de las óperas de Mozart, “Las bodas de Fígaro”, “Don Giovanni” y “Così fan Tutte”.

Veneciano y libertino durante la primera parte de su vida, mantuvo amistad con Casanova a pesar de ser mucho más joven que él. Les unía su pasión por la literatura y una cierta facilidad para malquistarse con las autoridades de La Serenísima.

………….. Este texto puede leerse completo en  http://filonet.es/ integrado en el libro Ética del Ser.

 

 

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Bases biológicas en contra del Libre Albedrío

Artículo de Jerry A. Coyne sobre el llamado Libre Albedrío (Free Will), publicado el 18 de Marzo del 2012 en The Chronicle of Higher Education  (http://chronicle.com/article/Jerry-A-Coyne/131165/)

 

You Don’t Have Free Will

By Jerry A. Coyne

The term “free will” has so many diverse connotations that I’m obliged to define it before I explain why we don’t have it. I construe free will the way I think most people do: At the moment when you have to decide among alternatives, you have free will if you could have chosen otherwise. To put it more technically, if you could rerun the tape of your life up to the moment you make a choice, with every aspect of the universe configured identically, free will means that your choice could have been different.

Although we can’t really rerun that tape, this sort of free will is ruled out, simply and decisively, by the laws of physics. Your brain and body, the vehicles that make “choices,” are composed of molecules, and the arrangement of those molecules is entirely determined by your genes and your environment. Your decisions result from molecular-based electrical impulses and chemical substances transmitted from one brain cell to another. These molecules must obey the laws of physics, so the outputs of our brain—our “choices”—are dictated by those laws. (It’s possible, though improbable, that the indeterminacy of quantum physics may tweak behavior a bit, but such random effects can’t be part of free will.) And deliberating about your choices in advance doesn’t help matters, for that deliberation also reflects brain activity that must obey physical laws.

To assert that we can freely choose among alternatives is to claim, then, that we can somehow step outside the physical structure of our brain and change its workings. That is impossible. Like the output of a programmed computer, only one choice is ever physically possible: the one you made. As such, the burden of proof rests on those who argue that we can make alternative choices, for that’s a claim that our brains, unique among all forms of matter, are exempt from the laws of physics by a spooky, nonphysical “will” that can redirect our own molecules.

My claim that free will as defined above is an illusion leads to a prediction: Our sense of controlling our actions might sometimes be decoupled from those actions themselves. Recent experiments in cognitive science show that some deliberate acts occur before they reach our consciousness (typing or driving, for example), while in other cases, brain scans can predict our choices several seconds before we’re conscious of having made them. Additionally, stimulation of the brain, or clever psychological experiments, can significantly increase or decrease our sense of control over our choices.

So what are the consequences of realizing that physical determinism negates our ability to choose freely? Well, nihilism is not an option: We humans are so constituted, through evolution or otherwise, to believe that we can choose. What is seriously affected is our idea of moral responsibility, which should be discarded along with the idea of free will. If whether we act well or badly is predetermined rather than a real choice, then there is no moral responsibility—only actions that hurt or help others. That realization shouldn’t seriously change the way we punish or reward people, because we still need to protect society from criminals, and observing punishment or reward can alter the brains of others, acting as a deterrent or stimulus. What we should discard is the idea of punishment as retribution, which rests on the false notion that people can choose to do wrong.

The absence of real choice also has implications for religion. Many sects of Christianity, for example, grant salvation only to those who freely choose Jesus as their savior. And some theologians explain human evil as an unavoidable by product of God’s gift of free will. If free will goes, so do those beliefs. But of course religion won’t relinquish those ideas, for such important dogma is immune to scientific advances.

Finally, on the lighter side, knowing that we don’t have free will can perhaps temper our sense of regret or self-recrimination, since we never had real choices in our past. No, we couldn’t have had that V8, and Robert Frost couldn’t have taken the other road.

Although science strongly suggests that free will of the sort I defined doesn’t exist, this view is unpopular because it contradicts our powerful feeling that we make real choices. In response, some philosophers—most of them determinists who agree with me that our decisions are preordained—have redefined free will in ways that allow us to have it. I see most of these definitions as face-saving devices designed to prop up our feeling of autonomy. To eliminate the confusion produced by multiple and contradictory concepts of free will, I propose that we reject the term entirely and adopt the suggestion of the cognitive scientist Marvin Minsky: Instead of saying my decision arises from free will, we might say, “My decision was determined by internal forces I do not understand.”

Jerry A. Coyne is a professor in the department of ecology and evolution at the University of Chicago.

 

 

 

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A vueltas con la telepresencia

Hace poco tiempo terminé de leer un texto de un escritor norteamericano de ciencia ficción.

En 1964, mucho antes del posterior inmenso desarrollo de la computación digital, Daniel F. Galouye publicó Simulacron 3, una novela que algunos sitúan como precedente del film Matrix.

Sin embargo, aunque tanto en Simulacron 3 como en su versión cinematográfica (The Thirteenth Floor) se postulan diferentes planos de realidad creados gracias a los ordenadores y la computación digital, en Simulacron la responsabilidad de esos mundos corresponde exclusivamente a los propios seres humanos y no a las máquinas que supuestamente han tomado el control (Matrix).

Otra diferencia entre una y otra obra estriba en el total realismo que hay en Simulacron para cualquiera de los mundos postulados. De hecho, en la versión cinematográfica uno de esos mundos es la ciudad de Los Angeles en los años treinta, ciudad (o mejor dicho periodo -tiempo) al que los personajes visitan sistemáticamente.

Esta diferencia fundamental en la construcción del relato (máquinas versus humanos, humanos con humanos) entronca, en mi opinión, con esa actitud propia de la curiosidad  y el deseo de conocer por el cual deseamos revivir -resituarnos- en otros tiempos, en otras épocas, que por supuesto son también plenamente humanas.

Y así, cuando visitamos un museo, una exposición histórica, o visionamos un relato cinematográfico que pretende reproducir fidedignamente otra época, estamos intentando resituarnos en ese momento y lugar. Más aún cuando el relato o el objeto es originario de esa época y lugar: unas Memorias como las del Caballero de Seinghalt , un cuadro como los de Vermeer o Canaletto, unas simples gafas de 1800, un juguete egipcio, etc.

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Canaletto: Rotunda, Londres, siglo XVIII. Mencionada por Casanova en sus Memorias

Y a poco que pongamos en marcha nuestra capacidad de empatía, esa cualidad fantásticamente humana, podremos -especialmente al poder tocar esos objetos, es decir al poder sentir con otros sentidos además del de la vista- podremos digo revivir siquiera por unos instantes lo que haya podido experimentar (experienciar) otro ser humano en ese otro plano de la realidad situado en un espacio temporal distinto.

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Este deseo humano de revivir y redescubrir el pasado no es otra cosa que un deseo de situarnos en un plano de la realidad diferente al que percibimos de una manera inmediata. Lo hacemos constantemente. Cuando visionamos en directo un espectáculo situado a cientos de kilómetros de distancia. Cuando interactuamos a través del teléfono o las redes sociales. Cuando vamos a un museo y contemplamos un cuadro o una fotografía. Cuando nos sumergimos en un relato del o acerca del pasado. Cuando soñamos.

Lo interesante de Simulacron 3 es la solución dada para penetrar en ese ‘plano de la realidad diferente’ que es nuestro pasado. A diferencia del film Midnight Paris en el que los personajes se trasladan mágicamente al ayer histórico mediante un carruaje que aparece a las 12 de la noche, en Simulacron el humano es capaz de superponerse, de estar en otro ser humano -como si fuera un huésped fundamentalmente silencioso- merced a la capacidad electrosensorial que hoy llamaríamos interfaz.

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Yo no tengo idea de si en el futuro lejano encontraremos la tecnología para hacer realidad estos sueños. Con seguridad no en la manera concebida en esa novela. Probablemente la solución será mucho menos invasiva, más neutra y eficaz. Pero visto lo visto en estos últimos dos siglos, no creo que sea posible descartar nada que nos pudiera permitir aproximarnos visualmente al pasado.

—-

Apostilla.

Después de haber escrito y publicado (expuesto) lo que antecede, me he sentido incómodo con la conclusión. Dar pábulo a semejantes fantasías es como quitarme el poco crédito que pudiera tener.

Entonces, ¿por qué escribir y reflexionar sobre este tema?. Pues porque el acceso al pasado es uno de los deseos más recurrentes del ser ser humano. Y al igual que con otros deseos (por muy disparatados que pudieran parecer; ir a la Luna, volar, ‘ver’ y ‘hablar’ a distancia, etc.) haremos todo lo posible por conseguirlo.

Estos ‘disparates’ han supuesto en definitiva una incremento en nuestro conocimiento -nuestro saber- y en nuestra cota de libertad. Ambos ingredientes, Libertad y Conocimiento -indisolublemente unidos- son los que conforman nuestro Telos Humano, el segmento del Ser, de la Naturaleza, que nos corresponde.

 

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Curiosidades

 

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 Vivía yo en una ciudad y mi padre en otra.

Era joven, estudiante y con pocos recursos. Pero me sentía libre.

Un día pensando en esa libertad imaginé que sería fantástico que cada vez que metiera la mano en el bolsillo trasero del pantalón sacara un billete de cien pesetas.

Supongo Seguro que esa reflexión me vino por la consideración típica en torno a ¿qué haría si me tocara la lotería? Decidí que era preferible el dinero constante -mágico pero constante- a una avalancha de dinero inesperado.

Meses más tarde, y sin haber mencionado a nadie esta alegre fantasía, mi padre va y me dice que qué bueno sería meter la mano en el bolsillo trasero y sacar siempre un billete de 1000 pesetas. Que así uno viviría feliz la vida.

Mi comentario fue decirle que eso mismo había pensado yo pero con un billete de 100.

Aquel día comprendí que las diferencias de edad imponen diferentes necesidades. Y me pareció bien y razonable que el billete fuera de 1000.

 

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El autor y el tiempo

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El autor cuando era joven
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El autor en la actualidad

 

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Geisha

He ido posponiendo este artículo, quizás debido a su complejidad temática, pero sobre todo debido a la conmoción que me causó el visionado de uno de los mejores films que he visto últimamente.

Hace tiempo oí a alguien decir que se reconoce cuando una obra es genial en el momento que resulta imposible describirla con brevedad. Estaba hablando del Guernica de Picasso.

Pues bien, creo que lo mismo puede decirse de la película Itsuwareru seisô de Kōzaburō Yoshimura (director) y Kaneto Shindô (guión).

Con el título The Disguise, la obra era presentada en la Filmoteca nacional (transcribo) como  “Una de las obras maestras de Yoshimura, cuenta la experiencia femenina en el Kyoto de la posguerra y dramatiza el conflicto entre el viejo y el nuevo mundo a través de las experiencias de dos hermanas, una geisha en el distrito de Gion, y otra empleada por el consejo de turismo.” “Elogiado por su creación exacta y realista de la muy especial atmósfera de Gion , hizo de Yoshimura un rival de Mizoguchi y estableció su posición como un especialista en películas sobre mujeres”.

Pertrechado con semejante información me dispuse a ver este film de 1951 picado por la curiosidad documentalista. Estrenada en Enero de aquel año, y a cinco del shock traumático de la II Guerra Mundial, me interesaba ver cómo se percibía a sí misma la sociedad japonesa en ese tiempo. Un tiempo de derrota y supervivencia, un tiempo de ocupación militar.

Sin embargo, aunque la conexión con el neorrealismo es clara, no existe en la película ningún conflicto con lo ‘extranjero’ y los problemas de supervivencia son abordados con la naturalidad de lo cotidiano sin la sobreactuación melodramática italiana. Hay, sí, una impresionante historia, realística y naturalmente narrada, y unas calles maravillosamente vacías de coches con sólo bicicletas y algún tranvía circulando.

Y en un momento de la historia, mientras dos personajes charlan en la calle, en la parte superior de la pantalla, aparecen de espaldas tres ¿peregrinos? con sus enormes sombreros como los de la fotografía que en fila india desfilan de izquierda a derecha hasta desaparecer del plano.

Para entonces, yo ya estaba absolutamente impactado, trastocado, bouleversé. Pues estaba descubriendo un mundo, el de las Geishas, absolutamente aceptado y valorado por la sociedad japonesa, que convivía y se mantenía unida, imbricada, con la otra moral, la tradicional, la del matrimonio virgen y del respeto absoluto a los padres, la cual, ésta sí, entraba en colisión con el mundo nuevo por venir del Japón liberal posterior.

Para entonces, yo ya había visto que entre las dos hermanas no había el menor conflicto. Que las geishas podían establecer unos fuertes vínculos de amistad con sus clientes. Que la madre de las hermanas era una antigua geisha, aún joven y guapa, que prestaba una fuerte cantidad de dinero al hijo huérfano de su antiguo amante al que había prometido cuidar tras su muerte. Que tenía en su casa dos pupilas, su propia hija y una campesina. Que visitaba con afecto a la mujer enferma de su antiguo amante.

Había rememorado fascinado un tiempo en el que los teléfonos de las casas (tanto allí como aquí) estaban situados en una pared, con el listín telefónico colgado justamente debajo.

Había visto como la profesión de Geisha estaba absolutamente bien valorada, hasta el punto que dos mujeres anónimas fuera del barrio dicen cuando ven a la hermana que trabaja en la oficina de turismo dirigiéndose al trabajo en su bici, “¡Qué guapa es; qué desperdicio; debería ser geisha!”

Había visto que sí, que la profesión implica intercambio de dinero. Pero que la gracia, elegancia y nunca mejor dicho, arte, con el que la hermana Geisha cuenta ese dinero en diferentes ocasiones no tiene equivalencia alguna con lo que en occidente y en el mismo Japón sería la prostitución. [Geisha significa ‘persona de arte’, ‘artista’, ‘performing artist’]. Y que también implica sexo; absolutamente explícito.

En el film no hay menciones a la guerra –terrible guerra que acababa de terminar, que cinco años no son nada- salvo en una ocasión para comentar que Kyoto fue la única ciudad japonesa no bombardeada por los americanos. Y una breve alusión a Hiroshima como la ciudad a la que un personaje secundario dice ir para dar una conferencia.

El personaje de Kimicho, la geisha hija, fantásticamente interpretado por la incomensurable, grandiosa y extraordinaria actriz de cine y teatro Machiko Kyō (Rashomon, La casa de té de la luna de agosto, entre otros films), es la héroe, heroína, de la historia. [Por cierto, Machiko Kyō no tiene página en IMDB, lo cual da una idea cabal de cómo son los americanos USA, antropocéntricos, ombliguistas, e ignorantes].

Kimicho, gracias a sus habilidades personales como geisha, es la que salva a la familia de un posible desahucio, la que ‘roba’ el amante a la madre (otra antigua geisha) del novio de su hermana, madre que se opone al matrimonio, y la que en fin anima a ésta a escapar con su novio a Tokio (sin casarse y sin la bendición de la madre del novio).

A cambio, en cierta manera, en el transcurso del Festival anual de las Geishas (único momento en el aparece maquillada como Maiko, es decir con la faz blanca y peluca) recibe una puñalada de un antiguo amante despechado y al cual le sacó el dinero para el pago de la hipoteca.

Realista, calculadora, pero también llena de humanidad y amor por el placer, la vida y por los suyos, Kimicho es la Geisha por excelencia.

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Es probable que, con lo descrito más arriba, no haya sido capaz de transmitir la densidad de la experiencia vivida.

Mis conocimientos previos de la sociedad japonesa también estaban envueltos en ella. Poco días antes había visto un documental en el que las jóvenes escolares en 1945 hacían ejercicios de combate ¡con lanzas! en el patio de su colegio. Sabía de la decidida voluntad de resistir del gobierno nipón para obligar a los Estados Unidos a una paz ventajosa. Conocía que la ofensiva kamikaze en Okinawa había tenido un rotundo éxito ocasionando unas pérdidas relativas (más de 200 buques tocados o hundidos) que el Alto Mando Naval norteamericano consideraba inasumibles para el futuro. Que precisamente el éxito japonés y su decidida voluntad de resistencia es lo que había llevado a la decisión de tirar las bombas (atómicas). Y, en fin, que en el momento de realizarse el film, Japón estaba ocupado militarmente.

Quería ver en qué afectaba todo eso a la historia que me disponía a ver en la sala del cine. Y así, cuando al inicio de la película aparecía alguna actriz joven, me preguntaba ¿estaría esta chica hace cinco años sosteniendo una lanza y realizando ejercicios de combate cuerpo a cuerpo?

Sin embargo, poco o nada de ello dejaba traslucirse en el film. Si acaso todo lo contrario. A medida que avanzaba éste se me iba mostrando un mundo intemporal, lleno de fascinante quietud, y en que los conflictos morales presentes, poco a poco, en los personajes principales, se decantaban por la búsqueda de los valores occidentales de libertad y felicidad.

Y es justa y paradójicamente la geisha Kimicho la abanderada de esa modernidad.

 

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Deductio ex pecunia (o Delenda est Vaticanus)

Representación de 100 sestercios (1 áureo) en moderno papel-moneda

 

Parece ser que el jefe de la Iglesia Católica ha abierto una cuenta en Twitter bajo el nombre de @Pontifex.

De hecho ése es un título romano, quiero decir de la Roma Republicana e Imperial de hace más de 2000 años. Con la llegada al poder de Cayo Julio Caesar ese título, máximo del Poder religioso, quedó asociado con la persona que ostentaba el consulado vitalicio, es decir el Poder civil o Poder Político, de suerte que, a imitación de las culturas orientales, el Imperator Pontifex (cónsul vitalicio para guardar la apariencia republicana) reunía la doble condición de jefe político y religioso.

Esa doble condición es justamente la propia en el actual Estado Vaticano así como de sus configuraciones históricamente anteriores (Estados Pontificios, etc.). El Papa era y es el jefe político y religioso de una comunidad territorial ejerciendo un poder autocrático, absoluto. Exactamente igual que antaño lo ejercieron sus predecesores romanos.

La continuidad histórica respecto de la Roma Imperial se manifiesta de muchas maneras (muchos detalles que ahorraré al lector). Sin embargo, quizás uno de los más significativos y llamativos sea el propio uso de lengua latina. Un uso que al ser contemplado en su dimensión más práctica resalta esa continuidad.

Para ello, nada mejor que una anécdota narrada en primera persona por un periodista español.

“Quien tenga algún amigo clérigo o monseñor que posea una c/c en el IOR, pídale que se deje acompañar, como yo lo he hecho, a un cajero automático. Se pasará un rato estupendo. Siendo el latín la lengua oficial del Vaticano, el cajero te acogerá con un Carus expectatusque venisti (sea bienvenido), Sucesivamente aparecerá en la pantalla Inserito scidulam quaeso ut faciundam conogcas rationem (introduzca la tarjeta para tener acceso a las operaciones consentidas). Siguen cuatro opciones deductio ex pecunia (sacar dinero), rationum aexquatio (saldo actual) negotium argentarium (lista de movimientos) y a operación terminada se puede leer retrahescidulam deposita (retire la tarjeta). Al final me llevé una desilusión. Esperaba que por la ranura del cajero automático, lloviera un montón de sestercios. Mi amigo el Monseñor recogió solo unos cuantos billetes de prosaicos euros.”

Personalmente pienso que hasta que el Estado Vaticano no desaparezca definitivamente no podremos pasar página de una Era a Otra, es decir de la Era Cristiano-Romana a la Era Común (verdaderamente común).

Así pues, creo que aún puede ser válido el lema Delenda est Vaticanus (el Vaticano debe ser destruído).

 

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Matrix y la Realidad Virtual

No hay duda que los avances tecnológicos de nuestro tiempo propician una reelaboración, una recalibración de nuestro universo mental en relación con el mundo, o lo que es lo mismo un ámbito de reflexión filosófica respecto de esas nuevas tecnologías así como de la realidad misma en –desde- la cual surgen.

Elementos como la telepresencia, es decir la capacidad de ubicuidad –estar en un sitio y simultáneamente estar en otro- mediante la telefonía móvil u otros sistemas de comunicación ciertamente invitan a ello. Incluso aunque de momento esa ubicuidad tenga sólo un carácter parcial, con la participación exclusiva de dos o tres de nuestros sentidos, vista, oído y, forzando un poco el concepto, nuestra capacidad intelectiva comunicacional.

Yo mismo lo he hecho en otro lugar (http://www.amazon.com/s/ref=nb_sb_noss?url=search-alias%3Ddigital-text&field-keywords=Rafael%20R.%20Huertas )

Asimismo, en el mundo de la narrativa y el espectáculo, es decir a nivel popular, se han elaborado propuestas imaginativas respecto del nuevo modelo de realidad, del nuevo modo de estar en el mundo, que está surgiendo en las postrimerías del siglo XX y principios del siglo XXI. Una de ellas es el film Matrix, el cual fue premiado como mejor película de ciencia ficción en el año 1999.

Personalmente no me gusta esa película. Prefiero con mucho The Thirteen Floor también nominada a los premios Saturn de ese año.

En la primera, en Matrix, el antagonismo se produce entre el ser humano y las máquinas, aunque éstas estén disfrazadas por mor del espectáculo en humanos vestidos con traje negro.

En la segunda, sin embargo, el antagonismo se da entre los propios seres humanos. Lo cual, además de ser mucho realista, mucho más pegado a nuestra realidad cotidiana desde que somos especie, es también mucho más perturbador.

Además, Matrix no me gusta porque el mundo concebido en esa historia reproduce el modelo platónico, es decir, un mundo falso frente a otro verdadero, lo cual simplemente es una barbaridad tanto intelectiva como empíricamente.

Esta dualidad platónica es fácilmente observable en la película por cualquier profesor español de filosofía, y sin duda así habrá sido comentada ante sus alumnos en alguna ocasión.

Sin embargo, los hermanos Watchowski autores del film, introducen otros elementos que posiblemente pasen desapercibidos para el profesor o estudiante de filosofía peninsular debido a su antropocentrismo europeísta el cual implica un rechazo irracional y un desconocimiento de otros modelos de pensamiento.

Los más importantes en el film de los Watchowski son los que tienen que ver con el modo de pensamiento oriental, es decir asiático, así como aspectos muy concretos de la filosofía zen.

Las piruetas y graciosos e inverosímiles saltos espectaculares (nunca mejor dicho pues se trata de un espectáculo) constituyen la parte más evidente de ese modo de pensamiento oriental. Pero también hay brevísimas referencias a creencias populares como la reencarnación (“que un día volvería”, el que inició la lucha contra las máquinas) o la actitud de maestro mayéutico de Morfeo (“¿como te he ganado?”).

Pero lo que parece más interesante es la asunción subyacente en todo el film de la filosofía zen la cual queda explicitada en la frase conminatoria “¡solo respira!” que Morfeo pronuncia ante el ataque de pánico y ansiedad que sufre Neo, el protagonista, cuando éste descubre en qué consiste la realidad (del film).

Y digo filosofía zen por cuanto ésta es efectivamente una filosofía ética, o una filosofía de la razón práctica si se prefiere. El “sólo respira” propio de la práctica zen, es decir no pienses, no elabores un discurso simbólico, con palabras, sólo sé (del verbo ser), es justamente lo que nos permite retrotraernos a nuestro condición básica, a nuestra condición de animales-naturaleza, junto a otros de la misma.

Y actuar en consecuencia.

 

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Cismogénesis & Birthday Girl (movie)

El título de esta entrada hace referencia a dos elementos. De una parte, a un concepto creado por Gregory Bateson, y de otra a una película –Birthday Girl- titulada en España como “Oscura seducción”.

Como es probable que el lector tenga referencias de la segunda, y poca o ninguna del primero, paso a explicar brevemente en qué consiste el concepto de cismogénesis y quién es su autor.

Gregory Bateson fue un antropólogo, sociólogo e investigador de la llamada Escuela de Palo Alto, vinculado a una corriente de pensamiento conocida como Sistémica.

Bateson, para explicar los modos de relación de un ser humano con otro(s), y por extensión un ser con los demás, concibió el término cismogénesis que no es otra cosa que la manera en que un ente –ya desgajado del resto- se posiciona, se sitúa en relación a otros.

Básicamente existen dos modos de cismogénesis, simétrica y complementaria; o si prefiere, cismogénesis de simetría y cismogénesis de complementareidad, pudiendo categorizar a esta última en dos modos, de superioridad y de inferioridad.

Pues bien, en contra de lo que pudiera parecer por sus nombres, las relaciones de simetría implican igualdad mientras que las complementarias suponen un desequilibrio.

Para ejemplificar estos dos modelos nada mejor que la explicación dada por otro investigador de Palo Alto respecto a las entrevistas grabadas a dos parejas humanas diferentes.

En una, prácticamente sólo hablaba el hombre mientras que su mujer permanecía callada la mayor parte del tiempo. En la otra, los dos hablaban constantemente interrumpiéndose a menudo el uno al otro.

Sin embargo, a pesar de la aparente pugna de la segunda pareja, a pesar del aparente guirigay de ésta, en realidad son ellos los que forman una pareja sana, equilibrada y sin problemas internos, mientras que la otra no.
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Este modelo cismogenético está muy bien expresado, visualmente expresado, en la película Birthday Girl.

Una ‘timadora’ (Nicole Kidman) entra en contacto con un empleado de banca (Ben Chaplin), embarcándose ambos en una relación consensuada de alto contenido erótico (bondage). Esta relación acaba convirtiéndose en totalmente satisfactoria pudiéndose equiparar perfectamente con una relación amorosa.

Cuando la timadora es abandonada por sus compinches se visualizan dos escenas en las que se pone de manifiesto esa cismogénesis de simetría que hay entre los dos y de la que hablaba antes.

En la primera, el timado, verdaderamente dolido, le da una bofetada (no un puñetazo), es decir un cachete. Ella a su vez le responde de la misma manera lo cual da origen una pequeña pelea (parecida a la de los niños) que acaba en tablas.

Esta relación infantil-amorosa queda aún mejor reflejada en la siguiente pelea. En un lugar público, en una cafetería con una enorme cristalera a través de la cual puede contemplarse el mundo, sentados uno frente al otro y separados sólo por la mesa, se produce un confuso intercambio de cachetes de ambos con ambas manos con lo que con sus mismos brazos se neutralizan mutuamente.

Esta confusión la interrumpen inmediatamente en el momento en que aparece un adulto (la camarera) preguntándoles. Exactamente igual que dos niños bien avenidos.

Es la cismogénesis simétrica. La pareja perfecta en ese momento espaciotemporal concreto, no importando que ese equilibrio haya sido obtenido gracias a prácticas moralmente inaceptables no hace mucho tiempo en nuestra sociedad .

 

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Lo que dijo Richard Ford de Cataluña en 1844

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Lo que dijo Richard Ford en 1844 (casi dos siglos ya) acerca de los comerciantes catalanes (en definitiva, de la clase dominante) y su pugna perpetua para conseguir privilegios fiscales.

“A [-]catalan conspiracy bribes the government commissioners, tampers with their reports, purchases the venal press, and, if all that fails, threatens, as an ultima ratio a rebellion”.

(“Una conspiración -catalana soborna a los comisionados del gobierno, manipula sus informes, compra a la prensa venal, y, si todo eso falla, amenaza, como ultima ratio con una rebelión”).

Richard Ford fue un viajero e hispanista inglés del siglo XIX. En 1844 publicó A Handbook for travellers in Spain and readers at home de donde se ha extraído el párrafo citado.
El libro completo puede leerse aquí: http://www.archive.org/stream/ahandbookfortra03fordgoog/ahandbookfortra03fordgoog_djvu.txt

Personalmente no entro ni salgo aquí en el tema de la independencia, pero sí me parece razonable ofrecer información de interés acerca de la clase política catalana, es decir de los políticos locales que nunca se conformarán con obtener, según dicen, sólo el 3% de comisión; a costa, siempre, de los ciudadanos.

Hay cosas que no cambian nunca.

 

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Interes creados frente al Rescate

En estos momentos el gran problema del Estado español son los costes de financiación. Con el Bono a diez años a más del 7,50% sólo es cuestión de tiempo que el coste de la deuda pública sea inasumible, y por lo tanto el Estado necesite ayuda exterior, es decir ayuda de la UE.

Para evitarlo, la solución sería que el Banco Central Europeo (BCE) comprara deuda pública en el mercado secundario, rebajando así la presión la misma, logrando que los costes de la financiación sean asumibles para las cuentas públicas. Eso es lo que quiere este gobierno.

Sin embargo, vemos que, una y otra vez, tanto el Presidente del BCE como las autoridades comunitarias se niegan en redondo a semejante posibilidad. ¿Por qué?

Formalmente, porque el mandato actual del BCE no consiste en eso. Políticamente, porque los socios europeos quieren más reformas, y en concreto reformas estructurales del Estado español.

Para ello presionan (Almunia lo ha repetido varias veces) para que este gobierno pida expresamente ayuda al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) o EFSF en sus siglas en inglés, el cual sí puede hacer lo que tanto quieren Rajoy y compañía, es decir comprar deuda soberana española en el mercado secundario y rebajar así las tasas de interés.

Naturalmente al hacerlo, se exigirían contrapartidas las cuales, lógicamente irían en la línea de reformas estructurales de mayor calado que las realizadas hasta ahora (meros recortes cosméticos aunque dolorosos), es decir reformas en el Estado elefantiásico que tenemos.

Rajoy y Co. no quieren pues eso significaría tocar el status quo de intereses creados, mezquinos en su mayor parte.

En esa línea, la prensa española y el gobierno hacen caso omiso de esta posibilidad (pedir ayuda formal al EFSF) y presentan el caso como una maldad de Draghi, de Merkel y del Sum Sum Corda en su negativa a comprar deuda “por que yo lo valgo”.

Ignoro cuándo acabará este pulso, pero todo hace indicar que Rajoy –por el bien de todos- lo perderá.

 

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Partitocracia y sistema electoral

Tengo la costumbre de cambiar inmediatamente de canal ante la aparición en la pantalla del televisor de determinados personajes públicos. Los hay de todos los colores, no sólo políticos, y entre ellos, entre esas personas por las que sufro una fobia irrefrenable, está Elena Valenciano.

 

Sin embargo, cuando se trata de prensa escrita, soy capaz de leer las cosas en principio significativas –más allá de tonterías y tópicos- de una Cospedal, una Valenciano, et alt.

 

Recientemente esta última, Elena Valenciano, refiriéndose al gobierno del Psoe anterior al actual ha reconocido que “algunas decisiones se tomaron tarde y otras fueron un error”.

 

Lo que no ha dicho, ni ningún periodista se ha encargado de subrayar, es que esos errores son, han sido –y seguirán siendo en el futuro- el producto directo del sistema electoral partitocrático que tenemos.
Pues, ante las decisiones erróneas y tardías, ante la internacionalmente reconocida estulticia de Zapatero, ningún diputado de esa formación política se atrevió a expresar nunca crítica alguna y menos a realizar ningún movimiento para desplazar a su Caudillo, a su Jefe, a su mandamás. Las listas cerradas y bloqueadas provocaba –y provoca- que el asiento y el culo de los señores diputados dependa de su capacidad de aplaudir con la orejas al Jefe, así como de guardar un prudente silencio ante decisiones con las que políticamente puedan no estar de acuerdo.

 

Tan sólo, algunos políticos significativos del partido socialista, Jordi Sevilla, Joaquín Almunia, se permitieron expresar críticas en voz alta, sabiendo que su no-carrera política no iba a ser afectada.

 

Asimismo, expresaron críticas directas a Zapatero dos presidentes regionales del Psoe (Extremadura y Castilla la Mancha) en la medida en que se aproximaban las elecciones autonómicas.

 

La razón de esto último es clara. Su asiento, no dependía de ninguna lista elaborada por el aparato, en definitiva del Jefe, sino de los propios electores extremeños y manchegos con los que querían congraciarse.

 

Lo mismo hubiera ocurrido si los señores diputados hubieran tenido que ser elegidos únicamente por los electores de su distrito electoral uninominal tal y como ocurre en el Reino Unido, Francia, y en gran parte Alemania.

 

Una situación como la que ocurre actualmente en Francia en la que dos socialistas, Segolène Royal y Olivier Farloni se disputan el escaño en La Rochelle, simplemente es impensable.

 

Aquí, la disidencia no es posible.
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